sábado, 27 de agosto de 2022

Tres peligros de la competitividad

Nos han educado para pensar que la competencia es natural. El darwinismo enseña que hay una lucha por la vida, la supervivencia del más apto, el más fuerte logra vencer. Sin embargo, ¿eso es cierto? ¿La competencia es una característica básica e inmutable?

                

         Verdadero o no, parece que agarramos esas máximas y las trasladamos a cada situación de la vida: Nuestras familias, amistades, matrimonios, trabajos, ministerios, etc. Si nos detenemos a examinar eso, podemos darnos cuenta de que ese pensamiento ha permeado cada aspecto de lo que somos y hacemos.

Somos entrenados para concebir el mundo y actuar de esa forma, aunque no seamos conscientes de ello. Por ejemplo, hay muchas películas en la que dos mujeres se enfrentan por un empleo e inclusive por un hombre, ni hablar de las novelas que son todavía más melodramáticas.

                Hay una película que está clasificada como "comedia romántica". Su argumento principal es que dos mujeres que son mejores amigas van a casarse. Ambas comparten el sueño de realizar su boda en el Hotel Plaza de Nueva York (supongo que habían ahorrado mucho). El problema es que por un error administrativo, las bodas fueron programadas para la misma fecha. En vez de conversar como personas civilizadas y maduras, ninguna quiere renunciar a su deseo de casarse en junio en ese lugar, por lo que se embarcan en una guerra y acaban compitiendo para tener la boda de sus sueños, el mismo día, sin la presencia de su mejor amiga. En fin, creo que entienden el punto: estamos siendo entrenados para pensar así, entre risas y situaciones “hilarantes”. 

                Esa película retrata a las mujeres como personas intransigentes, inmaduras y vengativas. Pero sobre todo como enemigas y rivales entre ellas, aunque al fin intentan enmendar la situación con un final “feliz”.

Peligro N° 1: Relaciones quebradas

¿Cuántas relaciones heridas, hermandades rotas, matrimonios desechos y amistades fracturadas?

                 En ese mundo tan combativo en que vivimos, las mujeres nos sentimos con más desventajas y, por lo tanto, nos hacemos más competitivas nuestras pares. Hay una frase famosa que dice: “El peor enemigo de una mujer es otra mujer”. Tal vez has oído y usado esa expresión. Esas palabras no son nuevas, y tampoco son poco utilizadas, pero lo más lamentable de ellas es que muchas veces son verdaderas.

          

¿Alguna vez te has sentido criticada o juzgada por otra mujer (u hombre)? O ¿has tenido la sensación de que una fémina compite contigo (en cualquier ámbito)?, o ¿has sido tú quien enjuicia o la que se mide con los demás? Tal vez necesitamos pensar más en eso. Es probable que no sea algo deliberado, y que ni siquiera seas consciente de ello. Esas críticas y juicios tienen su origen en nuestra naturaleza humana, y, por tanto, pecadora. 

Peligro N° 2: Nos lleva a la comparación

                 Esa película nos muestra también como la competencia nos guía a compararnos, porque ellas dejaron de enfocarse en sus sueños para sus bodas, y comenzaron a pensar cómo hacer que su boda fuera “mejor”. Así que ya no se trata de lo que queríamos en un principio sino que ahora gira en torno a “ser mejor que”.

                La comparación es un camino que nos lleva a la insatisfacción, a la ingratitud, a las expectativas irrealizables, estandares de perfección, etc. En fin, pocas cosas buenas pueden salir de una dinámica basada en la comparación.

               Probablemente has presenciado tristes situaciones en la que dos personas que se amaban comenzaron a competir y a compararse entre sí, y todo lo que vino después. Yo he visto en las redes sociales, mamás peleándose porque una da lactancia materna exclusiva y la otra da fórmula, una se queda en casa y la otra va a trabajar, una le da papillas y la otra le da alimentos enteros, etc. La vida de una mamá ya es bastante difícil como para terminar peleando con nuestras colegas. 

                La vida no se trata de “ser mejor que”, sino de cumplir tu propio propósito. La maternidad no se trata sobre quién es mejor mamá, porque al final ¿qué significa ser la mejor mamá? (Ese puede ser el tema de otro artículo). Cada una tiene su visión de la maternidad, todas  fuimos criadas en culturas y familias diferentes y eso también hace su aporte en la manera que en criamos nuestros hijos. No significa que tengamos que concordar en todo y hacer las cosas de la misma forma, pero tampoco deberíamos estar tan divididas, y eso aplica para todas las relaciones.

Peligro N° 3: Saca lo peor de nosotros

                Hay un dicho popular que dice “En la guerra y en el amor todo se vale”. ¿Cuantas injusticias se han cometido basadas en ese pensamiento?

Volviendo a la película, vemos que en un punto de la trama ya no se conformaron con intentar hacerlo mejor que la otra, sino que comenzaron a sabotear los planes de su “rival”. Podemos pensar: “Es sólo una película, eso no pasa en la vida real”. Pero, sí pasa, ha pasado desde el comienzo de la humanidad, y de hecho originó el primer homicidio. También, José fue vendido por sus hermanos, Saúl persiguió a David, etc.

                Tal vez tú mismo has presenciado algo similar cerca de ti. Es una muestra de la forma como está planteada nuestra sociedad. No en vano la Biblia nos dice: “No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar” (Romanos 12:2). Esa actitud agresiva y combativa entre iguales es una de esas costumbres del mundo que no deberíamos imitar.

La Biblia no prohíbe la competencia, pero sí nos habla de guardar nuestro corazón y de “hacer todo para la gloria de Dios”. Entonces deberíamos pensar si la forma como tratamos a los demás trae gloria al nombre del Señor. ¿Se agrada Dios de mi actitud frente a los demás? ¿O de mis "críticas constructivas"?

                Las que hemos experimentado la maternidad con los desafíos que implica, deberíamos tener más empatía, misericordia y amor por otras mujeres en nuestra posición. No es diferente con los hombres. Aplica para todos, en todas las situaciones. “Haz a los demás lo que quieras que te hagan a ti.” (Mateo 7:12). Por algo le llaman la “Regla de Oro”.

                Vivimos en una sociedad que fomenta la competencia, es cierto. Pero que sea normal no significa que sea natural, ni que venga de Dios. No quiere decir que sea lo que el Señor desea para nosotros, ni que hayamos sido creados con ese propósito. Podemos hacerlo de otra manera.

                Tenemos mucho que aprender. Necesitamos competir menos y compartir más. Las otras personas no son mis rivales. Las otras mujeres no son contrincantes. En su lugar, deberíamos preguntarnos: ¿Qué puedo compartir, cooperar, colaborar o ayudar? ¿Cómo puedo ayudar a mi compañero a llevar sus cargas?  Tal vez necesitamos volver y pedir perdón, reconocer nuestros errores y restaurar algunas relaciones. No podemos sobrevivir como llaneros solitarios, nos necesitamos unos a otros. Esa es la voluntad del Señor.  

lunes, 15 de agosto de 2022

Resignificando el éxito

     Asociamos el éxito a resultados positivos en un asunto, a la conclusión satisfactoria de algún negocio. Está vinculado con victoria y triunfo. Todos anhelamos ser exitosos en lo que hacemos y sin duda no deseamos ser relacionados con fracaso, fiasc o, derrota o pérdida. No son palabras que alguien quisiera en su epitafio.

¿Qué has alcanzado?

Todos queremos el éxito

    Todo parece resumirse a esa pregunta. Esa cuestión ha torturado a muchas personas en el mundo a través de los siglos. ¿Qué responderías a esa interrogante? ¿Sientes un frío en la barriga de pensarlo? Si te encontraras a un compañero del colegio ¿Cómo transcurriría esa conversación? Es posible que nos sintamos intimidados por los logros de los demás, y por eso evitamos tener que responder esas cuestiones, tal vez porque nosotros evaluamos a los otros con esa medida y suponemos que seremos juzgados de la misma forma. Muchos no asisten a sus reuniones de reencuentro del liceo o la universidad porque sienten que no tienen nada para mostrar.

    Todos queremos tener esa sensación de haber alcanzado algo o de estar en la dirección correcta. Sin embargo, la mayoría de las veces lo primero que viene a la cabeza cuando reflexionamos sobre el éxito son las posesiones y los logros profesionales. ¿Será que el tan anhelado y escurridizo éxito es solo eso? ¿Será que se resume a lo que tengo o a mi síntesis curricular?

    Si fuese así, las personas con pocos ceros en su cuenta bancaria no podrían ser considerados exitosos, o tal vez alguien que no tiene una carrera universitaria o un empleo importante tampoco entraría en la cajita social de éxito. Es probable que los misioneros no encajen en esa definición y menos aún las madres que se quedan en casa cuidando y educando sus hijos. No hay dinero ni realización profesional en ninguna de esas actividades.

Éxito, identidad y autovaloración

    Siempre que haya un equilibrio saludable no hay problema en tener metas y alcanzarlas. Las dificultades podrían aparecer cuando basamos lo que pensamos que somos en esa realización personal.


¿Cuál es el fundamento de tu identidad?

    Eso es inconveniente por varias razones, pero en primer lugar porque una identidad fundamentada en esa prosecución del éxito es como un castillo de naipes. No hay nada seguro en esta vida. Tal vez sí hay algo inequívoco: La incerteza. Nosotros planificamos nuestra existencia como si los planes fuesen hechos, y las expectativas fueran realidades, pero no podemos dar nada por sentado. El castillo de naipes puede venirse abajo en cualquier momento, y si eso sucede, la identidad que depende de él se verá afectada; terminamos teniendo dudas sobre quienes somos. Es como si el piso en el que estábamos parados, donde habíamos hecho cimientos, se deshiciera debajo de nuestros pies.

    También es inconveniente porque la identidad y la valoración personal tienen un vínculo muy profundo. Por eso, si nuestro valor tiene una correlación con la identidad propia y si esta se encuentra fundamentada en el éxito que alcanzamos, existe un gran riesgo. Nada ni nadie es capaz de garantizarlo e inclusive teniéndolo en la mano, este puede escabullirse sin despedirse. Si eso sucediera, la identidad y la autoestima se derrumbarían también, y eso es muy peligroso.

    Es bastante común que una mujer con cierta realización personal y profesional que se enfrenta a la maternidad por primera vez se sienta un poco perdida. Porque si su identidad estaba basada en lo que hacía y lo que obtenía, y ahora tiene que parar, sus medios de gratificación de repente no están. Lo mismo podría suceder con alguien que cambia de carrera, se jubila, etc.

    En mi caso particular, yo me sentía muy plena en mi trabajo transcultural, me ocupaba en cosas de la misión junto a mi esposo, éramos un equipo maravilloso (y lo seguimos siendo), pero cuando Marcela nació tuve que parar. Fue necesario dejar de hacer algunas cosas por falta de tiempo y ya no podía participar en la misma medida de antes.

    Eso sumado a la ineptitud que una siente cuando es mamá primeriza Hay muchas cosas que no sabía hacer y otras más que ni siquiera sabía de su existencia. Las primeras semanas (además de las luchas con la lactancia) hasta ponerle una blusa a Marcela era un desafío para mí; yo pensaba que le podía romper su brazo o hacerle daño. En fin, esos fueron grandes cambios. Pasar de sentirte plena, útil y segura, a sentirte mermada, inútil y llena de inseguridades (y cansada, muy cansada) es mucha cosa.

    Sin embargo, con el pasar del tiempo y bastante paciencia, las piezas fueron encajando otra vez. Comencé a sentirme mejor en mi nuevo papel, y a sentirme plena, útil y segura como mamá de Marcela. Es decir, en algún punto del proceso llegamos a sabernos exitosas en ese nuevo rol de madres, aunque no corresponde con lo que la sociedad define como éxito.

Es posible saberse exitosas como madres

    La maternidad no va a dar ingresos financieros, más bien requiere mucha inversión, y tampoco es algo que vaya a traer reconocimiento intrínseco. Es probable que sea un trabajo que pase desapercibido y no sea valorado, pero es una labor que también deja esa sensación de deber cumplido, cuando la aceptamos como un regalo y la abrazamos como parte de lo que somos ahora.

    Es muy probable que si conseguimos resignificar lo que es el éxito, y dejamos de concebirlo desde el punto de vista financiero y profesional, vamos a ser mejores. Tendremos una identidad y un autoconcepto más saludable y también disfrutaremos más de lo que cada temporada de la vida nos trae.

    ¿Qué es lo que Dios me creó para ser? Nótese que no dice hacer, sino ser. Porque es la escencia de lo que somos lo realmente importante. Podemos cambiar de profesión, dejar nuestro trabajo y recomenzar algo totalmente nuevo, pero lo que somos nos acompañará donde quiera que vayamos.  Creo que la respuesta a esa pregunta podría ser un excelente punto de partida para comenzar a resignficar el éxito. Si descubirmos esa respuesta, y la usamos como motivación para alcanzar eso que Dios diseñó que seamos, tal vez estaríamos bastante cerca de ser exitosos.

jueves, 10 de septiembre de 2020

La vida: etapas, etapas y más etapas.

 



Hay una temporada para todo,
un tiempo para cada actividad bajo el cielo.
Un tiempo para nacer y un tiempo para morir.
Un tiempo para sembrar y un tiempo para cosechar.
 Un tiempo para matar y un tiempo para sanar.
Un tiempo para derribar y un tiempo para construir.
 Un tiempo para llorar y un tiempo para reír.
Un tiempo para entristecerse y un tiempo para bailar.
 Un tiempo para esparcir piedras y un tiempo para juntar piedras.
Un tiempo para abrazarse y un tiempo para apartarse.
 Un tiempo para buscar y un tiempo para dejar de buscar.
Un tiempo para guardar y un tiempo para botar.
 Un tiempo para rasgar y un tiempo para remendar.
Un tiempo para callar y un tiempo para hablar.
 Un tiempo para amar y un tiempo para odiar.
Un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz. 

Eclesiastés 3:1-8 


     Pensando en estas palabras, que fueron dichas por un hombre muy sabio, me dio por reflexionar. Esta verdad aplica para cada faceta de nuestras vidas. Dios mismo diseñó el universo para que todo fueran ciclos: el día y la noche, las fases de la luna, las estaciones del año. Todo está diseñado por etapas. Aunque la época de lluvias a veces pueda llegar a ser molesta, es muy necesaria. Pero, tampoco puede llover siempre, sería desastroso. Entonces, esos ciclos que Dios diseñó son perfectos. De hecho, cuando se alteran las cosas no resultan tan bien. 




     Este es nuestro octavo año de matrimonio y nuestro séptimo en el campo misionero. En el correr de estos años, hemos vivido exactamente lo que escribió Salomón: tiempos de toda clase. Temporadas alegres, otras tristes, algunas de mucho ánimo y esfuerzo, otras más tranquilas, tiempos en los que sólo necesitábamos descansar, períodos de abundancia y otros más de escasez, etc. Pasamos seis años sin hijos, tres de ellos anhelándolo con el alma, pero puedo decir que realmente disfrutamos nuestra etapa de esposos sin hijos: viajamos, reímos, hicimos cosas un poco extremas. Ahora que tenemos a Marcela, disfrutamos también esta etapa, aunque el ajuste a este gran cambio no fue fácil, pero lo logramos. Fue necesario ajustar algunas cosas para disfrutar el camino. 





     En cuanto a la maternidad, no ha sido diferente. ¡Ya Marcela está por cumplir dos años de edad! Cuántas cosas han pasado estos dos años. Etapas, etapas y más etapas. Lactancia materna exclusiva (en artículos anteriores les he contado un poco lo difícil que fue el primer mes), brotes de crecimiento (períodos de tiempo en que los bebés pasan mucho tiempo al pecho para aumentar la producción de leche, es muy agotador), comienzo de la alimentación complementaria, noches tranquilas y otras en las que se despertaba 6 o 7 veces, días en que comía feliz y otros en que no quería ni ver la comida, etapas de llanto por la salida de los dientes y otras en las que estaba súper tranquila.

     Nuestra vida es un continuo de etapas. Todas necesarias, todas con propósito, todas con una enseñanza ¿Cómo enfrentar cada una de ellas? Pues, cada una es diferente, pero la Biblia nos enseña algo muy importante: “Así que no se preocupen por el mañana, porque el día de mañana traerá sus propias preocupaciones. Los problemas del día de hoy son suficientes por hoy” (Mateo 6:34) 

     Cada etapa trae consigo sus propios desafíos; si nos enfocamos en la etapa que atravesamos en el momento, identificamos esos desafíos y nos ajustamos (¿recuerdan las expectativas?) para atravesar esa etapa, estaremos bien. Creo que una palabra clave es ENFOQUE. Recuerdo que cuando se acercaban los seis meses de Marcela, yo estaba emocionada pensando que ya podría comer (aún no había ajustado mis expectativas al respecto), compré unos envases, lavé unos vasitos que le habían regalado, etc. Pero, la verdad cuando llegó el momento de darle alimentos me di cuenta que es más difícil de lo que creía, que eso de alimentar un bebé de forma balanceada no es cosa fácil y que es muy fastidioso tener que salir con envases para todas partes. Al principio se me olvidaba la comida de Marcela, o no llevaba el vaso con agua, etc. Después de un tiempo, ya se hizo natural y esa etapa (en el caso de la alimentación) se hizo parte de la vida normal de la familia. Otras etapas simplemente pasan, y después de un tiempo las cosas vuelven a la “normalidad”. 

     Algo he aprendido con Marcela es que esos períodos de cambios, esas etapas la mayoría de las veces son temporales. Pasó por etapas en que se levantaba muchas veces por la noche, pero afortunadamente pasaron. Pasó por otras en que si no me veía lloraba (después aprendí que es normal, en su mente “si no lo veo no existe”), después aprendió y la etapa pasó. No se daba vuelta acostada, y un buen día lo logró y así con cada cosa. 

   Una temporada de sequía no significa que será para siempre. Un tiempo de llanto no significa que lloraremos de aquí en adelante, por los siglos de los siglos. ¡Son temporadas! Ellas llegan a su fin, aunque en el momento parecen eternas, finalmente acaban, a veces ni percibimos cuando acabó. Una cosa es segura: Esa etapa no será eterna. ¡En algún momento pasará! La Biblia dice: “El llanto podrá durar toda la noche, pero con la mañana llega la alegría.” (Salmo 30:5) 

     Lo mismo aplica para las épocas de alegría, bienestar y bonanza: No durarán para siempre. Disfruta cada día, ríe, abraza, goza, etc. Puede que ahora despertar por la noche, o cambiar pañales, o lavar esas medias tan pequeñitas pueda resultar tedioso, pero no será para siempre. Ella crecerá, más rápido de lo que nos damos cuenta, ya no usará pañales, dormirá toda la noche, etc. Por eso, trato de disfrutar cada toma de tetica, cada noche acurrucadas, cada abrazo, porque en un pestañear esas cosas habrán pasado y las extrañaré. Los que tienen hijos saben que es cierto. 

     Si estás pasando por una etapa difícil, lo siento mucho. Respira profundo, trata de encontrar algo positivo en medio de todo (sé que no es nada fácil), busca alguna enseñanza (sobre todo para evitar que se repita, si se puede), respira profundo y piensa siempre que pronto acabará. Si por el contrario estás pasando por una temporada de esas buenas, requetebuenas, ¡disfrútalo! ¡Saboréalo! ¡Aprovecha mientras dure! Y sé agradecido.

miércoles, 26 de agosto de 2020

Expectativas ajustadas a la realidad

       Muchas veces como mamás y papás nos quejamos de cosas como: “Mi bebé no duerme toda la noche”, “Mi bebé quiere estar encima de mi todo el día”, “Mi bebé quiere tomar teta cada rato”, “mi bebé sólo juega con la comida”, “Mi bebé rompe a llorar si no me ve cerca”, etc., pero realmente todas esas cosas son normales para un bebé. Hay bebés que duermen toda la noche desde los tres meses, sí los hay (a mí no me tocó una de esos), pero son las excepciones a la regla. También hay bebés que duermen plácidos en su cunita, pero la mayoría prefiere los brazos de mamá donde puede oír los latidos que le arrullaron durante nueve meses. Hay bebés que comen juiciosos desde muy temprano hay otros que prefieren vivir la experiencia completa que muchas veces incluye facial, máscara para el cabello, etc.

Así que lo primero es saber y grabar en relieve en nuestras mentes que cada bebé es un mundo. Claro que hay sus rangos establecidos para algunos hitos del desarrollo, pero son rangos no leyes inquebrantables. Comparar dos bebés es una injusticia para los bebés y para sus padres. Cada bebé tiene sus tiempos para alcanzar esos hitos que como mamás vigilamos al borde de la ansiedad, pero que con el tiempo aprendemos que podemos relajarnos. Si tenemos dudas siempre podemos consultar con el pediatra del bebé, ojalá uno actualizado y disponible. Así que, ya basta de “¡mi bebé sólo dice 4 palabras!”, sólo porque el bebé de la vecina es un parlanchín. Felicidades a la vecina por su parlanchín, pero al tuyo sólo le bastan esas cuatro. En mi caso, he tenido que oír cosas como: ¿Todavía no tiene dientes? ¿Cuándo le van a salir los dientes a esa muchacha? “¿Todavía duerme contigo?” “¿Sigue tomando pecho? No está muy grande para eso”, “¿Aún no camina? ¿Cuántos meses tiene?”, etc.

Nuestra mente es un mundo, hay que llenarlo de cosas lindas
Nuestra mente es un mundo. Hay que llenarlo de cosas lindas

         Las personas a nuestro alrededor tienen ciertas expectativas y suposiciones sobre lo que debemos hacer como padres, cómo deberían comportarse nuestros hijos, qué deberían comer, hasta que edad debe tomar pecho, a qué edad debe dormir sólo, etc. Estas expectativas, si les prestamos demasiada atención, se pueden convertir en una piedra en el zapato porque no van a faltar los comentarios, los consejos no solicitados, algunas veces cariñosos y otras hasta malintencionados. Si como padres, queremos complacer todas esas voces a nuestro alrededor vamos a terminar enloqueciendo, porque esas voces muchas veces son contradictorias entre sí, y otras veces son contrarias a nuestra “filosofía” como padres.

Por otro lado, y aún más importantes, están nuestras propias expectativas respecto de la paternidad. Esas expectativas son ideas que todos construimos sobre la paternidad, de lo que es correcto y de lo que no lo es en la crianza de los hijos. Esas ideas se construyen en base a nuestras experiencias viendo a otros padres, en tu familia, en tus amigos, etc., así vamos modelando esa idea de lo cómo van a ser las cosas cuando seamos padres. Si no tienes hijos, puedes decir como decía yo: “Mis hijos no van a comer caminando, no señor” y luego la realidad te golpea cuando llega la hora de comer, no tienes una silla de alimentación y tu pequeña hija no quiere de ninguna manera comer sentada y tienes que perseguirla por todas partes para darle comida (sigo pensando que es horrible, pero así fue con Marcela).

Tal vez pensaste: Le compro su cuna, la pongo en el cuarto, me despierto para darle pecho y lo vuelvo a poner en su cunita. ¡Maravilloso! Pero cuando el bebé nace, le das pecho, se duerme y cuando lo vas a poner en su cuna se despierta como si la cuna tuviera espinas. Después de varios días en ese plan, termina durmiendo contigo para poder descansar más. En mi caso con Marcela, ella durmió plácida en su cunita despertando sólo dos o tres veces por la noche, hasta los seis meses cuando tuvimos que viajar fuera de casa por un mes y durante el viaje durmió con nosotros. Entonces al llegar a casa, ya no quiso más su cuna, y de paso se juntó la angustia por separación normal a los siete meses. En fin, todavía duerme con nosotros, hemos viajado mucho el último año y lo más práctico fue eso. Nada que hacer.

Entonces, muchas veces esas expectativas que habíamos creado no se parecen en nada a nuestra realidad y terminamos frustrándonos porque el bebé llora demasiado, porque no quiere su cuna, porque tiene un año y aún no duerme toda la noche. Lo que acontece es que necesitamos conciliar lo que esperamos con lo que al final sucedió, y con un bebé lo que sucede al final normalmente es que él logra imponer sus necesidades naturales: atención, cariño, brazos, compañía, la evolución del sueño, etc. Lo importante es no ser tan rígidos en cuanto a lo que esperamos, y permitirnos ser flexibles en algunas cosas para adaptarnos a las situaciones que van surgiendo. 


Esta fórmula no falla

No se trata de que seamos malos padres, o que nuestros hijos sean especialmente difíciles. La mayoría de las veces se trata de que desconocemos como funciona un bebé, qué es lo que necesita en cada etapa y cómo podemos satisfacer esas necesidades. Un ejemplo de esto es el sueño de un bebé. Una mamá primeriza típica puede llegar a pensar que alrededor del mes 9 en adelante el sueño de su bebé se regulará y comenzará a dormir hasta la mañana, todos felices. Sin embargo, se sabe que el sueño es un proceso evolutivo que se completa hasta los tres años de edad, así que el rango es muy grande. No sirve de nada mantener expectativas que no se cumplirán, lo mejor es ajustarlas y ajustarnos para sobrellevar la situación. 

Este proceso de ajustar las expectativas estará presente a lo largo de toda la vida, y en todas las áreas. No sólo como padres. También pasa en el trabajo, en las relaciones, hasta en el trabajo misionero. Cada nueva etapa requiere que repensemos nuestras expectativas y hagamos los ajustes según las circunstancias que van surgiendo y así evitar frustraciones innecesarias. En Venezuela, tal vez en otras partes América Latina, algunos años atrás era muy común pensar y decir que había que tener casa propia para poder casarse, sin embargo la realidad es muy diferente ahora y si un joven aún tiene esa expectativa, o no se casa nunca o va a ser muy infeliz por no tener lo que pensaba que debía tener.

No se trata de no tener aspiraciones, sino de ser conscientes de que son sólo eso aspiraciones, deseos y probabilidades (a veces remotas) de que algo ocurra, no son realidades. Podemos seguir soñando pero con “los pies sobre la tierra”.


Algunas cosas son como son, como en el caso de los bebés. Sólo tenemos que aceptar la situación y ajustarnos a sus necesidades. No podemos a pedirle a un bebé de un año que deje de llorar cuando salimos de la habitación dos minutos, por más que le expliquemos él no puede entenderlo en el momento, ya lo entenderá más adelante. En muchos otros casos, no significa que nunca conseguirás eso que quieres y que debes conformarte, sino que aceptes que en este momento las cosas no se dieron, si quieres puedes intentarlo después. Si la expectativa está relacionada con otra persona (que no sea un bebé) asegúrate de verbalizar eso que esperas porque si no con toda seguridad serás decepcionado; la otra persona no es adivina para saber lo que tú esperas a menos que se lo digas.

                Tener expectativas irreales o idealizadas que no se cumplen puede hacer que nos decepcionemos, además de robarnos la energía y el ánimo para disfrutar lo que sí tenemos. Ajusta tus expectativas, y disfruta lo que Dios te da en cada etapa. No dormirá contigo para siempre (aunque eso te digan los consejeros de la familia), en algún momento sus necesidades cambiarán y pedirá su propio espacio. Aprende a disfrutarlo en lugar de sobrevivirlo. Cada etapa trae sus desafíos, sus bendiciones y sus tropezones. Hay que vivirlos, aprender y continuar.

     Como dijera el escritor Denis Waitley: “Espera lo mejor, planea para lo peor y prepárate para sorprenderte”. Esa es la actitud.

miércoles, 19 de agosto de 2020

La culpa: No es buena compañera

        Para algunos la maternidad comienza cuando el bebé nace, pero yo pienso que comienza en el instante que sabes que otra persona está siendo formada dentro de ti, porque desde ese momento muchas cosas comienzan a cambiar (no sólo físicamente), comenzamos a pensar cómo alimentarnos mejor para que el bebé nazca sano, hay algunas medicinas que no podemos tomar y algunas actividades que no podemos hacer o en las que debemos ser más cuidadosas.

Marcela en la panza. Nuestras ilusiones en su máxima expresión 


     Pero, es una realidad que el cambio más radical ocurre una vez que el bebé nace. Todo se hace más intenso. Descubrimos un amor diferente y profundo que no conocíamos. Sin embargo, rápidamente caemos en cuenta que estamos muy lejos de esa idealización cultural de la maternidad (y paternidad): No somos esa madre perfecta, cuya lactancia se le dio bien desde el inicio, que no “necesitó” ayuda, que tiene la casa inmaculada, que se maquilla y se hace manicure y cuyo bebé está siempre perfecto y hermoso. Pronto nos damos cuenta que esta tarea no es tan natural, sencilla e instintiva como pensamos. 

La realidad puede ser mejor que nuestra idealización de la maternidad. Es más sana y menos opresiva. 


    Es cuando, injustamente, comenzamos a compararnos con ese ideal inexistente en la realidad que aparece la culpa, una compañera totalmente perversa que puede arruinar nuestro viaje por la vida, no sólo en la maternidad. Tal vez estás pensando: No, yo no tengo problemas con la culpa. ¿Estás seguro? Observa esta lista con cuidado:

·         ¿Cualquier opinión o crítica te afecta?

·         ¿Magnificas o exageras todo?

·         ¿Ves errores donde los demás ven aprendizaje?

·         ¿Te disculpas constantemente?

·         ¿Sientes la obligación de satisfacer a los demás?

·         ¿Es difícil para ti decir que NO?

·         ¿Tiendes a callarte si algo te molesta?

·         ¿Tienes miedo a hacerle daño a los demás o a su rechazo?

·         ¿Tienes miedo de ser abandonado?

Esas son algunas de las manifestaciones cuando una persona está lidiando con sentimientos de culpa recurrentes. ¿Conoces a alguna mamá o papá que no haya sentido culpa? Tal vez no lo admita públicamente, pero creo que es algo con lo que todos los padres luchamos en este viaje. Sin embargo, tenemos que ser muy cuidadosos con ese sentimiento porque él puede arruinar nuestra caminata convirtiéndose en una pesada carga. 

Cuando la culpa aparece y no sabemos lidiar con ella, se convierte en un problema porque distorsiona la forma como nos vemos, nos evaluamos y nos valoramos s a nosotros mismos. Es muy nociva porque se convierte en un juez interno que está continuamente comparándonos con otras personas o con algunas idealizaciones que nosotros mismos hemos construido respecto a la tarea que llevamos a cabo, y en esas comparaciones siempre salimos perdiendo haciendo que el concepto que tenemos de nosotros mismos se deteriore poco a poco y, además la culpa no viaja sola. Ella está siempre acompañada por la tristeza, la frustración, impotencia y remordimientos. ¡Lindos compañeros de viaje!

Yo recuerdo que cuando Marcela tenía casi seis meses tuvimos que hacer un viaje muy largo hasta la ciudad de Armenia, en Colombia. El viaje fue por tierra y para no hacerlo directo que sería muy largo y cansativo, paramos para descansar en la ciudad de Cúcuta, pues ahí Marcela se enfermó, tenía mucha tos, estornudaba demasiado, hasta le dio fiebre. Después de tres días con la bebé enferma, comenzaron las dudas y los miedos ¿Por qué tuvimos que hacer este viaje? ¿Si estuviésemos en casa la bebé hubiese enfermado igual? ¿Si empeora qué vamos a hacer, si estamos en otro país? Seguimos nuestro camino, de hecho tuvimos que llevar la bebé al médico después que pasó una noche entera llorando (los que tienen hijos saben que el llanto puede llegar a desesperar). Esa noche la culpa asaltó mi mente y me tomó desprevenida: “Si nos hubiésemos quedado en casa, esto no estaría pasando. Es tu culpa que Marcela esté así, no debimos haber venido. Si le pasa algo peor tú serás la culpable”. Esos pensamientos eran muy fuertes y persistentes. Eran un tormento, en realidad. Gracias a Dios, Marcela comenzó a mejorar rápido y esos sentimientos se disiparon.

Seguramente ya lo has vivido, incluso si no eres padre. Cuando las cosas no siguen la ruta planeada, tratamos de encontrar dónde estuvo el error, y generalmente lo encontramos en nosotros mismos, y ahí es donde comienza la batalla.

Obviamente, no estoy hablando de llevar la vida con la filosofía de: “Cómo vaya viniendo vamos viendo”, o con un conformismo absoluto. Está bien plantearnos metas y objetivos y perseguirlos. Pero entonces, cuando algo sale de los planes perfectos que hicimos qué podemos hacer cuando la culpa nos asalte (ella va a venir, eso es seguro), cómo lidiar con esa desagradable visitante que quiere venir a instalarse en nuestra vida como residente permanente.

La culpa cuando es sana y se mantiene bajo control sirve para ayudarnos a darnos cuenta de un error cometido y a reparar el daño causado. El problema comienza cuando esa señora se manifiesta con excesiva frecuencia o intensidad porque pierde su función correctiva y pasa a ser una molestia.

Entonces, es muy importante cuando sentimos culpa, evaluar la situación e intentar aplicar la lógica y el sentido común (que a veces no es tan común). Retomando el ejemplo que coloqué antes, cuando Marcela se enfermó durante el viaje, es bastante obvio que carece de toda lógica cargar con culpa porque Marcela pegó un virus durante el viaje. Es algo que está fuera de mi control, además de que otras veces también se ha engripado estando en casa, entonces así puedo ayudarme a mí misma a ver en que no necesito cargar con una culpa que no me pertenece.

Ahora bien, si la evaluación da como resultado que efectivamente me equivoqué. No estuvo bien eso que hice. Está bien. El asunto está en no quedarse en la culpa y pasar a la responsabilidad. El remordimiento y la frustración por el error cometido no van a solucionar nada, pero yo puedo asumir la responsabilidad por el error que cometí, pedir perdón, resarcir, corregir, aprender y continuar. Por ejemplo, un día estábamos en una reunión especial donde se requería silencio, cosa que es casi imposible si tienes una niña de 18 meses, Marcela parecía que tenía demasiada energía ese día, canataba gritaba, quería correr, etc.  Lo cierto es que intenté por todos los medios calmarla sin conseguirlo, hasta que me sentí sobrepasada por la situación y me llevé a Marcela aparte y le hablé muy rudo. Ella obviamente no entendía lo que pasaba, se pudo a llorar, y yo también. La abracé, le pedí perdón por tratarla de esa forma (ojo: no le pegué, pero la traté duramente) y oré a Dios un momento para encontrar calma. Después que eso aconteció, hablé con Leover al respecto, quien estaba ocupado en el momento del episodio, y el acuerdo fue que cuando Marcela estuviera muy inquieta en alguna reunión, yo no iba a insistir en participar, simplemente la iba a tomar y saldría de ahí antes de volver a reaccionar de esa forma. Entonces, en este caso la culpa me asaltó pronto y de hecho me ayudó a ver que había obrado mal, pero en vez de darle largas y quedarme rumiando esos pensamientos, lo que hice fue evaluar la situación y ver de qué manera puedo evitarla en el futuro.

Entonces, ¿Te sientes culpable por tener que ir a trabajar y dejar tu bebé al cuidado de otra persona? ¿Te siente culpable contigo misma por dejar tu carrera para criar a tus hijos? ¿Te sientes culpable por no poder ofrecer a tus hijos todo lo que quisieras? ¿Explotaste y le gritaste a tu hijo? ¿Te sientes culpable por querer tener un día sin hijos? ¿Qué hacer con esa culpa? Intenta evaluar la situación racionalmente, si sientes que la culpa te está indicando algo para corregir, para mejorar, ¡bienvenida sea! Haces los ajustes a los que haya lugar y listo. Aprende a ver los errores como oportunidades para aprender lecciones muy valiosas.

En este punto, todavía conservaba algunos ideales perfeccionistas que he tenido que ir sacando de mi mente poco a poco

Saca de tu mente esa idealización de la madre perfecta, el padre perfecto, el hijo perfecto, etc., porque tal cosa no existe. Si mantienes expectativas idealizadas de ti mismo o de los demás, cualquier error va a ser enjuiciado y sentenciado. Recuerda: Sé amable contigo mismo, perdona tus errores, aprende de ellos y continúa.

La vida es un viaje ¡La culpa no es buena compañera! Hoy es un buen día para desalojarla de nuestras vidas y dar lugar a cosas mejores. 

lunes, 10 de agosto de 2020

¿Cuando fue la última vez que fuiste amable contigo misma?

     Durante nuestra formación, nosotros somos frecuentemente instruidos sobre la necesidad de ser amables, afectuosos y generosos con los demás y demostrar empatía con sus situaciones y sus problemas.  Desde muy pequeños nuestros padres ponen su empeño en que desarrollemos esas habilidades sociales. Sin embargo, la mayoría de las veces se pasa por alto enseñar esas habilidades para ser aplicadas a nosotros mismos, es decir, ser amables, afectuosos y generosos con nosotros, y tener empatía ante nuestras situaciones y nuestros problemas. Lo que resulta es que somos muy autoexigentes, tendemos al perfeccionismo, y nos juzgamos con una dureza con la que no juzgamos a nadie más.


        Si un amigo nuestro comete un error, nosotros estamos ahí para ayudarlo a levantarse y darle palabras de ánimo. Pero si el error es nuestro, no tarda en aparecer el juicio y la recriminación.

       Si un amigo está en una situación en la que las cosas no salieron como lo esperaba, nuestras palabras son de consuelo y abrigo. Pero, si las cosas no nos salen como lo planeamos, incluso lo más inesperado como la muerte y la enfermedad, tendemos a buscar explicaciones que generalmente arrojan una carga pesada de culpa sobre nuestros hombros.

       La autoexigencia, en su justa medida, es buena como gasolina para avanzar hacia nuestros objetivos. Sin embargo, rara vez aparece en su justa medida y por lo contrario suele convertirse en un filtro a través del cual juzgamos todo lo que hacemos y olvidamos lo más obvio: somos seres humanos, y por lo tanto siempre existirán las fallas y los errores.  No necesitamos aparentar que somos super mamás, que podemos con todo en la vida, que no hay nada que nos desborde. Esa actitud es dañina para nosotras (las mamás, y también para todos los demás), además de ser una mentira muy grande. 

     Estas son algunas recomendaciones para comenzar a ser amable contigo misma:

  1. Repite después de mí: La gente se equivoca, ¡eso me incluye a mí! Ser amable contigo mismo no significa que vas a ser mediocre y conformarte, significa que vas a entender que los errores van a aparecer, tal vez no el mismo error, pero mientras estemos en este cuerpo físico vamos a equivocarnos eventualmente. ¿Qué le dices a un amigo tuyo que ha hecho algo errado? ¿Lo tratas con empatía y amor? ¿Qué tal si la próxima vez que te equivoques te tratas a ti mismo con la misma empatía y el mismo amor? Trata de aprender de tus errores y sigue adelante.
  2.         No  ignores tus emociones y sentimientos. Los tuyos son tan válidos como los de los demás. Cuando estés teniendo un mal día, estés enojada(o), te sientas abrumada(o), no intentes suprimir eso que sientes, háblalo con alguien y pide ayuda si pudieres. Ignorar o suprimir los sentimientos no hará que desaparezcan, más bien puede hacer que las cosas empeoren. Cuando las emociones no se gestionan, eventualmente explotarán por algún lado. Tristemente yo también he pasado por esto. Por alguna razón asumimos que no es bueno asumir que estás cansada, que necesitas un break, pero las veces que he retrasado la petición de ayuda, he sido rebasada en los momentos menos oportunos e incluso un par de veces he tratado rudamente a Marcela como consecuencia. Por eso, es mejor pedir ayuda a tiempo que terminar lastimando a otros a nuestro alrededor.
  3.        Renuncia a la necesidad de ser perfecta(o): Esto puede ser una liberación, y te permite en concentrarte en objetivos claros, sin tener que frustrarnos ante el mínimo error. Cuando persistimos en buscar la perfección, gastamos nuestras energías en buscar lo inalcanzable. No existe la mamá perfecta, ni la misionera perfecta, ni la esposa perfecta. Ya te habrás dado cuenta que tú no serás la primera. Ya yo lo asumí.
  4.       Cuida el lenguaje con que te hablas a ti misma(o). ¿Recuerdas la última conversación que tuviste contigo misma(o)? ¿Fuiste amable? ¿O te hablaste como si fueras tu peor enemigo? Estamos tan acostumbrados a ser críticos con nosotros mismos que no pensamos las palabras que nos decimos frente al espejo. Evita las etiquetas y las críticas peyorativas. La próxima vez puedes intentar: “Desearía que esto no hubiera sucedido, pero sucedió. Intentaré aprender las lecciones que pueda y continuaré. La próxima vez lo haré mejor”.
  5.     .  Evita las comparaciones. Además de odiosas, son injustas. Cada persona se enfrenta a circunstancias tan particulares como ella misma, y las enfrenta con las herramientas que tiene a disposición. Por eso, no sirve de nada comparar. Como mamás es muy fácil pensar: El hijo de fulana ya habla y mi hijo apenas dice pá, el hijo de mengano caminó a los 8 meses y mi bebé aún no camina, y así hasta el infinito y más allá. Como misioneros, es igual: ¡Fulano aprendió el idioma en tres meses y yo llevo seis meses y apenas puedo decir algunas cosas! Esas comparaciones nos ponen una presión innecesaria, minan nuestra confianza, no aportan nada positivo y afianzan el pensamiento de que nuestro valor personal está en lo que hacemos y no en lo que somos, lo cual no es cierto.
  6.       Celebra tus victorias. Tendemos a enfatizar los errores, las fallas, etc., pero pasamos por alto lo que sale bien, lo que ganamos. La próxima vez que alcances algún objetivo planteado, ¡celébralo! 
  7.        Hazte un regalo sin sentir culpa: Ve a la peluquería, hazte un pedicure, sal a caminar (¡sola!) y cómete un helado en el camino, consigue una niñera y visita una amiga sólo para conversar, pide ayuda para cuidar al bebé y tener tiempo para orar con tranquilidad, etc., pero sin sentir culpa, no tienes por qué. La culpa no es bienvenida.  

  Como persona, y en todos los roles que hemos de asumir, tendremos buenas épocas y malas épocas. Una mala época no quiere decir que la vida acabó, o dejó de tener sentido. Significa que es un tiempo difícil, que seguramente te ofrecerá grandes lecciones. Mientras pasa la mala racha, enfócate en las pequeñas cosas positivas que pasan a tu alrededor, y sé agradecido por ellas.

¡Celebra las bendiciones! Sonríe
Celebra las bendiciones, y ¡sonríe!

La vida a veces es suficientemente dura como para que nosotros nos tornemos en nuestros enemigos particulares.

No creas ni remotamente que escribo como quien tiene estos asuntos totalmente resueltos. Sigo aprendiendo, hay días en que lo consigo y días en que no. Pero he percibido que cuando soy más amable conmigo misma, soy más paciente y amable con Marcela y con los demás. 

¡No seas nunca más el último ítem de la lista de pendientes! 


martes, 4 de agosto de 2020

Lactancia Prolongada

    Durante estos días de agosto se celebra la Semana Mundial de la Lactancia Materna para promover la importancia de ofrecer la leche materna a todos los bebés, y yo quiero aprovechar de celebrar que me siento muy feliz y bendecida de poder compartir con Marcela hasta hoy, a sus 20 meses, de la leche que Dios me dio para darle a ella. 


Así fueron los primeros días. Mucho tiempo con un extractor para poder alimentar a Marcela. 
Esta fue la primera vez que conseguí amamantar.


     Los comienzos no fueron fáciles. Algo que yo creía que era instintivo resulta que no lo era tanto y necesité ayuda de un especialista en lactancia materna después de cuatro días de desespero y llanto (las dos llorábamos, por cierto). Pero después, las cosas se fueron estableciendo; yo aprendí a ofrecer el pecho y ella se volvió una experta en la succión. En poco tiempo se podían ver los efectos de ese elixir mágico: ella estaba más gordira y más radiante. Cuando todo comenzó, yo pensé que daría de mamar hasta el año, pero he ido posponiendo el asunto mes tras mes cada vez con una excusa diferente. La verdad es que ambas nos sentimos bien por el momento, (¡aunque hay noches!, pero esa es otra historia) 

Ahora bien, desde que Marcela se acercó al año de edad, comienzaron las preguntas: ¿Cuándo le vas a quitar el pecho? o los comentarios "Ella ya está muy grande para mamar", etc. Por eso hoy quiero compartir los beneficios de la lactancia más allá del año de edad, para que con información certera podamos aclarar algunas cosas:

Beneficio nutricional

  • Después, nos hicimos expertas!
    Incluso después del primer año de vida, la leche materna continúa proporcionando cantidades sustanciales de nutrientes clave, especialmente proteínas, grasas, y la mayor parte de las vitaminas.
  • En el segundo año de vida (12 a 23 meses), 448 ml de leche materna proporcionan:
29% de requerimientos de energía
43% de requerimientos de proteína
36% de requerimientos de calcio
75% de requerimientos de vitamina A
76% de requerimientos de ácido fólico
94% de requerimientos de vitamina B12
60% de requerimientos de vitamina C

Beneficio inmunológico
  • Anticuerpos son abundantes en la leche humana durante toda la lactancia” (Nutrition During Lactation 1991; p. 134). De hecho, algunos de los factores inmunológicos en la leche materna aumentan en concentración durante el segundo año y también durante el proceso de destete.
A libre demanda, significa donde sea!
Beneficio en el desarrollo de la inteligencia
  • Extensas investigaciones sobre la relación entre la lactancia materna y los logros cognoscitivos (nivel de coeficiente intelectual, calificaciones escolares), han mostrado las mayores ganancias en los niños que durante más tiempo fueron amamantados.
Beneficios en la adaptación social
  • El amamantar durante y después de la infancia ayuda a los bebés y a los niños pequeños a hacer una transición gradual hacia la niñez plena. La lactancia materna es una manera cálida y amorosa de cubrir las necesidades de los niños pequeños. Les ayuda a calmar las frustraciones, golpes y heridas, y el estrés diario de la niñez temprana.



Así llegamos a los 6 meses de LME!
     En fin, son muchos los beneficios para un bebé que es amamantado. Si eres una mamá que amamanta a su hijo despúes del año de edad seguramente habrás oído muchas cosas. Que no te llenen la cabeza con el cuento de que la leche se vuelve agua después del año, que es pura maña y te agarró de chupón. Disfruta del acto de amamantar mientras puedas (y quieras, es una decisión de cada madre) porque sin duda llegará el momento de destetar. Todo en la vida son etapas y todas terminan.