sábado, 27 de agosto de 2022

Tres peligros de la competitividad

Nos han educado para pensar que la competencia es natural. El darwinismo enseña que hay una lucha por la vida, la supervivencia del más apto, el más fuerte logra vencer. Sin embargo, ¿eso es cierto? ¿La competencia es una característica básica e inmutable?

                

         Verdadero o no, parece que agarramos esas máximas y las trasladamos a cada situación de la vida: Nuestras familias, amistades, matrimonios, trabajos, ministerios, etc. Si nos detenemos a examinar eso, podemos darnos cuenta de que ese pensamiento ha permeado cada aspecto de lo que somos y hacemos.

Somos entrenados para concebir el mundo y actuar de esa forma, aunque no seamos conscientes de ello. Por ejemplo, hay muchas películas en la que dos mujeres se enfrentan por un empleo e inclusive por un hombre, ni hablar de las novelas que son todavía más melodramáticas.

                Hay una película que está clasificada como "comedia romántica". Su argumento principal es que dos mujeres que son mejores amigas van a casarse. Ambas comparten el sueño de realizar su boda en el Hotel Plaza de Nueva York (supongo que habían ahorrado mucho). El problema es que por un error administrativo, las bodas fueron programadas para la misma fecha. En vez de conversar como personas civilizadas y maduras, ninguna quiere renunciar a su deseo de casarse en junio en ese lugar, por lo que se embarcan en una guerra y acaban compitiendo para tener la boda de sus sueños, el mismo día, sin la presencia de su mejor amiga. En fin, creo que entienden el punto: estamos siendo entrenados para pensar así, entre risas y situaciones “hilarantes”. 

                Esa película retrata a las mujeres como personas intransigentes, inmaduras y vengativas. Pero sobre todo como enemigas y rivales entre ellas, aunque al fin intentan enmendar la situación con un final “feliz”.

Peligro N° 1: Relaciones quebradas

¿Cuántas relaciones heridas, hermandades rotas, matrimonios desechos y amistades fracturadas?

                 En ese mundo tan combativo en que vivimos, las mujeres nos sentimos con más desventajas y, por lo tanto, nos hacemos más competitivas nuestras pares. Hay una frase famosa que dice: “El peor enemigo de una mujer es otra mujer”. Tal vez has oído y usado esa expresión. Esas palabras no son nuevas, y tampoco son poco utilizadas, pero lo más lamentable de ellas es que muchas veces son verdaderas.

          

¿Alguna vez te has sentido criticada o juzgada por otra mujer (u hombre)? O ¿has tenido la sensación de que una fémina compite contigo (en cualquier ámbito)?, o ¿has sido tú quien enjuicia o la que se mide con los demás? Tal vez necesitamos pensar más en eso. Es probable que no sea algo deliberado, y que ni siquiera seas consciente de ello. Esas críticas y juicios tienen su origen en nuestra naturaleza humana, y, por tanto, pecadora. 

Peligro N° 2: Nos lleva a la comparación

                 Esa película nos muestra también como la competencia nos guía a compararnos, porque ellas dejaron de enfocarse en sus sueños para sus bodas, y comenzaron a pensar cómo hacer que su boda fuera “mejor”. Así que ya no se trata de lo que queríamos en un principio sino que ahora gira en torno a “ser mejor que”.

                La comparación es un camino que nos lleva a la insatisfacción, a la ingratitud, a las expectativas irrealizables, estandares de perfección, etc. En fin, pocas cosas buenas pueden salir de una dinámica basada en la comparación.

               Probablemente has presenciado tristes situaciones en la que dos personas que se amaban comenzaron a competir y a compararse entre sí, y todo lo que vino después. Yo he visto en las redes sociales, mamás peleándose porque una da lactancia materna exclusiva y la otra da fórmula, una se queda en casa y la otra va a trabajar, una le da papillas y la otra le da alimentos enteros, etc. La vida de una mamá ya es bastante difícil como para terminar peleando con nuestras colegas. 

                La vida no se trata de “ser mejor que”, sino de cumplir tu propio propósito. La maternidad no se trata sobre quién es mejor mamá, porque al final ¿qué significa ser la mejor mamá? (Ese puede ser el tema de otro artículo). Cada una tiene su visión de la maternidad, todas  fuimos criadas en culturas y familias diferentes y eso también hace su aporte en la manera que en criamos nuestros hijos. No significa que tengamos que concordar en todo y hacer las cosas de la misma forma, pero tampoco deberíamos estar tan divididas, y eso aplica para todas las relaciones.

Peligro N° 3: Saca lo peor de nosotros

                Hay un dicho popular que dice “En la guerra y en el amor todo se vale”. ¿Cuantas injusticias se han cometido basadas en ese pensamiento?

Volviendo a la película, vemos que en un punto de la trama ya no se conformaron con intentar hacerlo mejor que la otra, sino que comenzaron a sabotear los planes de su “rival”. Podemos pensar: “Es sólo una película, eso no pasa en la vida real”. Pero, sí pasa, ha pasado desde el comienzo de la humanidad, y de hecho originó el primer homicidio. También, José fue vendido por sus hermanos, Saúl persiguió a David, etc.

                Tal vez tú mismo has presenciado algo similar cerca de ti. Es una muestra de la forma como está planteada nuestra sociedad. No en vano la Biblia nos dice: “No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar” (Romanos 12:2). Esa actitud agresiva y combativa entre iguales es una de esas costumbres del mundo que no deberíamos imitar.

La Biblia no prohíbe la competencia, pero sí nos habla de guardar nuestro corazón y de “hacer todo para la gloria de Dios”. Entonces deberíamos pensar si la forma como tratamos a los demás trae gloria al nombre del Señor. ¿Se agrada Dios de mi actitud frente a los demás? ¿O de mis "críticas constructivas"?

                Las que hemos experimentado la maternidad con los desafíos que implica, deberíamos tener más empatía, misericordia y amor por otras mujeres en nuestra posición. No es diferente con los hombres. Aplica para todos, en todas las situaciones. “Haz a los demás lo que quieras que te hagan a ti.” (Mateo 7:12). Por algo le llaman la “Regla de Oro”.

                Vivimos en una sociedad que fomenta la competencia, es cierto. Pero que sea normal no significa que sea natural, ni que venga de Dios. No quiere decir que sea lo que el Señor desea para nosotros, ni que hayamos sido creados con ese propósito. Podemos hacerlo de otra manera.

                Tenemos mucho que aprender. Necesitamos competir menos y compartir más. Las otras personas no son mis rivales. Las otras mujeres no son contrincantes. En su lugar, deberíamos preguntarnos: ¿Qué puedo compartir, cooperar, colaborar o ayudar? ¿Cómo puedo ayudar a mi compañero a llevar sus cargas?  Tal vez necesitamos volver y pedir perdón, reconocer nuestros errores y restaurar algunas relaciones. No podemos sobrevivir como llaneros solitarios, nos necesitamos unos a otros. Esa es la voluntad del Señor.  

lunes, 15 de agosto de 2022

Resignificando el éxito

     Asociamos el éxito a resultados positivos en un asunto, a la conclusión satisfactoria de algún negocio. Está vinculado con victoria y triunfo. Todos anhelamos ser exitosos en lo que hacemos y sin duda no deseamos ser relacionados con fracaso, fiasc o, derrota o pérdida. No son palabras que alguien quisiera en su epitafio.

¿Qué has alcanzado?

Todos queremos el éxito

    Todo parece resumirse a esa pregunta. Esa cuestión ha torturado a muchas personas en el mundo a través de los siglos. ¿Qué responderías a esa interrogante? ¿Sientes un frío en la barriga de pensarlo? Si te encontraras a un compañero del colegio ¿Cómo transcurriría esa conversación? Es posible que nos sintamos intimidados por los logros de los demás, y por eso evitamos tener que responder esas cuestiones, tal vez porque nosotros evaluamos a los otros con esa medida y suponemos que seremos juzgados de la misma forma. Muchos no asisten a sus reuniones de reencuentro del liceo o la universidad porque sienten que no tienen nada para mostrar.

    Todos queremos tener esa sensación de haber alcanzado algo o de estar en la dirección correcta. Sin embargo, la mayoría de las veces lo primero que viene a la cabeza cuando reflexionamos sobre el éxito son las posesiones y los logros profesionales. ¿Será que el tan anhelado y escurridizo éxito es solo eso? ¿Será que se resume a lo que tengo o a mi síntesis curricular?

    Si fuese así, las personas con pocos ceros en su cuenta bancaria no podrían ser considerados exitosos, o tal vez alguien que no tiene una carrera universitaria o un empleo importante tampoco entraría en la cajita social de éxito. Es probable que los misioneros no encajen en esa definición y menos aún las madres que se quedan en casa cuidando y educando sus hijos. No hay dinero ni realización profesional en ninguna de esas actividades.

Éxito, identidad y autovaloración

    Siempre que haya un equilibrio saludable no hay problema en tener metas y alcanzarlas. Las dificultades podrían aparecer cuando basamos lo que pensamos que somos en esa realización personal.


¿Cuál es el fundamento de tu identidad?

    Eso es inconveniente por varias razones, pero en primer lugar porque una identidad fundamentada en esa prosecución del éxito es como un castillo de naipes. No hay nada seguro en esta vida. Tal vez sí hay algo inequívoco: La incerteza. Nosotros planificamos nuestra existencia como si los planes fuesen hechos, y las expectativas fueran realidades, pero no podemos dar nada por sentado. El castillo de naipes puede venirse abajo en cualquier momento, y si eso sucede, la identidad que depende de él se verá afectada; terminamos teniendo dudas sobre quienes somos. Es como si el piso en el que estábamos parados, donde habíamos hecho cimientos, se deshiciera debajo de nuestros pies.

    También es inconveniente porque la identidad y la valoración personal tienen un vínculo muy profundo. Por eso, si nuestro valor tiene una correlación con la identidad propia y si esta se encuentra fundamentada en el éxito que alcanzamos, existe un gran riesgo. Nada ni nadie es capaz de garantizarlo e inclusive teniéndolo en la mano, este puede escabullirse sin despedirse. Si eso sucediera, la identidad y la autoestima se derrumbarían también, y eso es muy peligroso.

    Es bastante común que una mujer con cierta realización personal y profesional que se enfrenta a la maternidad por primera vez se sienta un poco perdida. Porque si su identidad estaba basada en lo que hacía y lo que obtenía, y ahora tiene que parar, sus medios de gratificación de repente no están. Lo mismo podría suceder con alguien que cambia de carrera, se jubila, etc.

    En mi caso particular, yo me sentía muy plena en mi trabajo transcultural, me ocupaba en cosas de la misión junto a mi esposo, éramos un equipo maravilloso (y lo seguimos siendo), pero cuando Marcela nació tuve que parar. Fue necesario dejar de hacer algunas cosas por falta de tiempo y ya no podía participar en la misma medida de antes.

    Eso sumado a la ineptitud que una siente cuando es mamá primeriza Hay muchas cosas que no sabía hacer y otras más que ni siquiera sabía de su existencia. Las primeras semanas (además de las luchas con la lactancia) hasta ponerle una blusa a Marcela era un desafío para mí; yo pensaba que le podía romper su brazo o hacerle daño. En fin, esos fueron grandes cambios. Pasar de sentirte plena, útil y segura, a sentirte mermada, inútil y llena de inseguridades (y cansada, muy cansada) es mucha cosa.

    Sin embargo, con el pasar del tiempo y bastante paciencia, las piezas fueron encajando otra vez. Comencé a sentirme mejor en mi nuevo papel, y a sentirme plena, útil y segura como mamá de Marcela. Es decir, en algún punto del proceso llegamos a sabernos exitosas en ese nuevo rol de madres, aunque no corresponde con lo que la sociedad define como éxito.

Es posible saberse exitosas como madres

    La maternidad no va a dar ingresos financieros, más bien requiere mucha inversión, y tampoco es algo que vaya a traer reconocimiento intrínseco. Es probable que sea un trabajo que pase desapercibido y no sea valorado, pero es una labor que también deja esa sensación de deber cumplido, cuando la aceptamos como un regalo y la abrazamos como parte de lo que somos ahora.

    Es muy probable que si conseguimos resignificar lo que es el éxito, y dejamos de concebirlo desde el punto de vista financiero y profesional, vamos a ser mejores. Tendremos una identidad y un autoconcepto más saludable y también disfrutaremos más de lo que cada temporada de la vida nos trae.

    ¿Qué es lo que Dios me creó para ser? Nótese que no dice hacer, sino ser. Porque es la escencia de lo que somos lo realmente importante. Podemos cambiar de profesión, dejar nuestro trabajo y recomenzar algo totalmente nuevo, pero lo que somos nos acompañará donde quiera que vayamos.  Creo que la respuesta a esa pregunta podría ser un excelente punto de partida para comenzar a resignficar el éxito. Si descubirmos esa respuesta, y la usamos como motivación para alcanzar eso que Dios diseñó que seamos, tal vez estaríamos bastante cerca de ser exitosos.