viernes, 18 de enero de 2019

La Maternidad: tiempo de cambios


No puedo contar las veces que Leover y yo oímos esta frase: “Les va a cambiar la vida”, acompañada de “vayan al cine porque después no podrán” o “hagan esto o aquello porque después será muy difícil”. Era un tema recurrente sobre todo de parte de los amigos y familiares que tienen hijos. Parece que es obvio que al tener un bebé te va a cambiar la vida, pero a pesar de lo obvio que puede resultar no sabes todas las dimensiones de ese cambio hasta que ese pequeño ser sale de la panza y te encuentras en casa: sólo ustedes y él (en nuestro caso, ella) y caes en conciencia de que te necesita para todo en su vida.
La vida cambia radicalmente, pero como dice el refrán: “No es tanto lo mucho, sino lo seguido”. Lo verdaderamente abrumador no es el tamaño de los cambios, sino que todos llegan en un mismo momento. Entras al hospital luciendo por última vez tu hermosa barriga que te ha acompañado durante los últimos nueve meses, y sales de él sin esa barriga y con el bebé en brazos y la vida transformada en un instante.
¡Ojo! ¡Alerta! Tener un hijo es espectacular, es maravilloso, una de las mejores experiencias de la vida. De eso no hay duda. Pero al mismo tiempo, es el más grande desafío que un ser humano puede enfrentar.
En cuanto a mí, encontré al menos cinco áreas que han experimentado cambios especialmente significativos:
En primer lugar, por mucho tiempo pensé que no tenía instintos maternos. Siempre me han encantado los bebés, y deseaba con toda el alma tener un hijo, pero eso no quiere decir que tuviera esos impulsos maternos tipo “mamá osa”. Eso me asustaba durante el embarazo porque no estaba segura si dichos impulsos debían surgir en esa etapa o si saldrían a flote una vez naciera Marcela.
Cuando el embarazo apenas comenzaba, no me sentía cómoda hablando con mi barriga como suelen hacer con frecuencia las mujeres embarazadas. Era como si todavía no era tan real para mí. Eso fue cambiando poco a poco durante el embarazo, pero el verdadero cambio ocurrió cuando nació Marcela. ¡Fue como instantáneo! Recuerdo que todavía estaba en el hospital muy adolorida por la cesárea, apenas podía levantarme de la cama con la ayuda de mi mamá. En medio de la noche oí una tos, como de ahogo, que me despertó y me di cuenta de que era Marcela quien estaba ahogada. Me levanté de un solo salto (todavía no sé con qué fuerzas), no me acordé del dolor de la cirugía en lo absoluto, y tomé a Marcela en los brazos. Después fue que me di cuenta de lo que había hecho, y supe que me había transformado en la mamá osa que no pensé que sería.

En segundo lugar, el tiempo comienza a ser más relativo que nunca antes. Por un lado, los días dejan de tener las 24 horas de siempre: a veces tienen menos y se pasan muy rápidamente dejando muchas tareas pendientes, mientras que otras veces los días parecen tener más horas y resultan eternos y de nunca acabar. Comienzas a apreciar más que nunca cada minuto de sueño, de descanso.  Cada minuto extra en la ducha vale oro, al igual que una comida tomada con calma, y cuando logras hacerte manicure te sientes como si hubieras ganado un maratón.
Por mi parte, nunca he sido amante de los trasnochos; el tiempo de dormir es sagrado (o tal vez lo era). Quienes me conocen saben que desde siempre (y hasta el nacimiento de Marcela) tenía por costumbre irme a dormir temprano. Obviamente eso cambió radicalmente desde que salimos del hospital con nuestra hija, y eso que Marcela ha sido una beba dormilona, y sólo se levanta dos o tres veces por la noche para comer. Digo “sólo” porque hablando con otras madres me doy cuenta de que soy muy afortunada ya que mi hija duerme tres o cuatro horas seguidas por la noche, sin embargo a veces ando en modo zombi debido a las veces que debo levantarme durante la noche. Pasé de dormir ocho horas a dormir seis, si tengo suerte.
En tercer lugar, la palabra puntualidad deja de ser tan importante como lo era antes. Mi esposo y yo, antes de tener a Marcela con nosotros, siempre tratábamos de ser puntuales en nuestras citas con otras personas y casi siempre lo lográbamos. Desde que Marcela nació, algo tan ‘sencillo’ como arreglarnos para una cita con el pediatra se complica fácilmente y terminamos llegando a la clínica por lo menos una hora después de lo que habíamos estimado, si tenemos suerte. Son tantas las variables que están fuera de nuestro control que es técnicamente imposible llegar a tiempo a ningún lado.  Cuando parece que vamos bien y que lo lograremos, Marcela deja un regalo en su pañal que requiere que le aseemos y le cambiemos el pañal, y a veces hasta la ropa. Otras veces, cuando estamos a punto de salir, Marcela comienza a hacer unos movimientos muy conocidos por nosotros con su lengua, señal inequívoca de que necesita ser alimentada, lo cual tomará por lo menos media hora. ¡Adiós puntualidad! Nos hemos resignado.
En cuarto lugar, tus intereses son transformados radicalmente de un día a otro. Sólo como un botón de muestra, antes de Marcela mis búsquedas en Pinterest eran: crochet, patrones, manualidades, DIY, y cosas por el estilo. Ahora son: bebés, lactancia, maternidad, crianza, porteo, etc. Desde que Marcela nació no he podido terminar ningún proyecto de tejido; el cuidado de ella requiere tanto tiempo que no he podido tomar la aguja por mucho rato. El poquísimo tiempo libre que tengo, con toda y la valiosísima ayuda de un Súper héroe llamado Leover, prefiero invertirlo en una pequeña siesta, y a veces escribiendo estos artículos que son como una terapia. El punto es que lo que anteriormente era un hobbie que me apasionaba mucho, ha pasado a un segundo o tercer plano.
Todavía no puedo creer que descargué todas las temporadas de una serie que me encanta, y no logré pasar del segundo capítulo. Simplemente dejó de interesarme. Ni siquiera la extraño.
En quinto y último lugar (en este artículo, no en la vida), están los cambios que trae un bebé para el matrimonio. Leover y yo somos esposos desde el 8 de septiembre de 2012, y desde entonces hemos sido inseparables. A diferencia de muchas parejas, por nuestro trabajo estamos juntos casi todo el tiempo y eso nos ha permitido desarrollar un vínculo especial, porque solíamos hacer muchas cosas juntos y como equipo.

La llegada de Marcela ha traído consigo algunos cambios también para nuestro matrimonio y aunque los cambios no son malos en sí mismos, siempre requieren ajustes. Nosotros estamos en ese proceso de hacer los ajustes necesarios para que los cambios que Marcela ha traído no sean dañinos para nuestra relación como esposos y no abran una brecha, sino que más bien sirvan para fortalecer el vínculo, para unirnos y enriquecer nuestro matrimonio. ¿Hay que hacerlo intencionalmente? ¡Sí!, ¿Hay que ser creativo? ¡Sí!
No podemos pensar que dejamos de ser amigos y cómplices para ser sólo padres. Son roles que no deben pelear entre sí. ¿Es fácil lograr el equilibrio? ¡No! Es muy complicado equilibrar la atención que requiere un bebé recién nacido, con la atención que requiere mantener un matrimonio sano y armonioso. ¿Es imposible? ¡Tampoco! Vale la pena el esfuerzo.
Un hijo te cambia la vida de maneras impensables. Estos son sólo cinco pequeños ejemplos. A pesar de estos cambios, es una experiencia increíblemente gratificante. Las mujeres fuimos diseñadas para traer vida, para alimentar a nuestros hijos y para cuidarles con mucho amor y delicadeza (Atención: cero machismo, los padres son parte importante de todo el proceso). Invertir en otra vida como lo hace una madre es un privilegio dado por Dios. Él nos equipó para ese trabajo. Recordemos esto cuando el día parezca de 30 horas.
¿Quieres compartir con nosotros las maneras en que tus hijos cambiaron tu vida? Escríbelo en la sección de comentarios.