miércoles, 26 de agosto de 2020

Expectativas ajustadas a la realidad

       Muchas veces como mamás y papás nos quejamos de cosas como: “Mi bebé no duerme toda la noche”, “Mi bebé quiere estar encima de mi todo el día”, “Mi bebé quiere tomar teta cada rato”, “mi bebé sólo juega con la comida”, “Mi bebé rompe a llorar si no me ve cerca”, etc., pero realmente todas esas cosas son normales para un bebé. Hay bebés que duermen toda la noche desde los tres meses, sí los hay (a mí no me tocó una de esos), pero son las excepciones a la regla. También hay bebés que duermen plácidos en su cunita, pero la mayoría prefiere los brazos de mamá donde puede oír los latidos que le arrullaron durante nueve meses. Hay bebés que comen juiciosos desde muy temprano hay otros que prefieren vivir la experiencia completa que muchas veces incluye facial, máscara para el cabello, etc.

Así que lo primero es saber y grabar en relieve en nuestras mentes que cada bebé es un mundo. Claro que hay sus rangos establecidos para algunos hitos del desarrollo, pero son rangos no leyes inquebrantables. Comparar dos bebés es una injusticia para los bebés y para sus padres. Cada bebé tiene sus tiempos para alcanzar esos hitos que como mamás vigilamos al borde de la ansiedad, pero que con el tiempo aprendemos que podemos relajarnos. Si tenemos dudas siempre podemos consultar con el pediatra del bebé, ojalá uno actualizado y disponible. Así que, ya basta de “¡mi bebé sólo dice 4 palabras!”, sólo porque el bebé de la vecina es un parlanchín. Felicidades a la vecina por su parlanchín, pero al tuyo sólo le bastan esas cuatro. En mi caso, he tenido que oír cosas como: ¿Todavía no tiene dientes? ¿Cuándo le van a salir los dientes a esa muchacha? “¿Todavía duerme contigo?” “¿Sigue tomando pecho? No está muy grande para eso”, “¿Aún no camina? ¿Cuántos meses tiene?”, etc.

Nuestra mente es un mundo, hay que llenarlo de cosas lindas
Nuestra mente es un mundo. Hay que llenarlo de cosas lindas

         Las personas a nuestro alrededor tienen ciertas expectativas y suposiciones sobre lo que debemos hacer como padres, cómo deberían comportarse nuestros hijos, qué deberían comer, hasta que edad debe tomar pecho, a qué edad debe dormir sólo, etc. Estas expectativas, si les prestamos demasiada atención, se pueden convertir en una piedra en el zapato porque no van a faltar los comentarios, los consejos no solicitados, algunas veces cariñosos y otras hasta malintencionados. Si como padres, queremos complacer todas esas voces a nuestro alrededor vamos a terminar enloqueciendo, porque esas voces muchas veces son contradictorias entre sí, y otras veces son contrarias a nuestra “filosofía” como padres.

Por otro lado, y aún más importantes, están nuestras propias expectativas respecto de la paternidad. Esas expectativas son ideas que todos construimos sobre la paternidad, de lo que es correcto y de lo que no lo es en la crianza de los hijos. Esas ideas se construyen en base a nuestras experiencias viendo a otros padres, en tu familia, en tus amigos, etc., así vamos modelando esa idea de lo cómo van a ser las cosas cuando seamos padres. Si no tienes hijos, puedes decir como decía yo: “Mis hijos no van a comer caminando, no señor” y luego la realidad te golpea cuando llega la hora de comer, no tienes una silla de alimentación y tu pequeña hija no quiere de ninguna manera comer sentada y tienes que perseguirla por todas partes para darle comida (sigo pensando que es horrible, pero así fue con Marcela).

Tal vez pensaste: Le compro su cuna, la pongo en el cuarto, me despierto para darle pecho y lo vuelvo a poner en su cunita. ¡Maravilloso! Pero cuando el bebé nace, le das pecho, se duerme y cuando lo vas a poner en su cuna se despierta como si la cuna tuviera espinas. Después de varios días en ese plan, termina durmiendo contigo para poder descansar más. En mi caso con Marcela, ella durmió plácida en su cunita despertando sólo dos o tres veces por la noche, hasta los seis meses cuando tuvimos que viajar fuera de casa por un mes y durante el viaje durmió con nosotros. Entonces al llegar a casa, ya no quiso más su cuna, y de paso se juntó la angustia por separación normal a los siete meses. En fin, todavía duerme con nosotros, hemos viajado mucho el último año y lo más práctico fue eso. Nada que hacer.

Entonces, muchas veces esas expectativas que habíamos creado no se parecen en nada a nuestra realidad y terminamos frustrándonos porque el bebé llora demasiado, porque no quiere su cuna, porque tiene un año y aún no duerme toda la noche. Lo que acontece es que necesitamos conciliar lo que esperamos con lo que al final sucedió, y con un bebé lo que sucede al final normalmente es que él logra imponer sus necesidades naturales: atención, cariño, brazos, compañía, la evolución del sueño, etc. Lo importante es no ser tan rígidos en cuanto a lo que esperamos, y permitirnos ser flexibles en algunas cosas para adaptarnos a las situaciones que van surgiendo. 


Esta fórmula no falla

No se trata de que seamos malos padres, o que nuestros hijos sean especialmente difíciles. La mayoría de las veces se trata de que desconocemos como funciona un bebé, qué es lo que necesita en cada etapa y cómo podemos satisfacer esas necesidades. Un ejemplo de esto es el sueño de un bebé. Una mamá primeriza típica puede llegar a pensar que alrededor del mes 9 en adelante el sueño de su bebé se regulará y comenzará a dormir hasta la mañana, todos felices. Sin embargo, se sabe que el sueño es un proceso evolutivo que se completa hasta los tres años de edad, así que el rango es muy grande. No sirve de nada mantener expectativas que no se cumplirán, lo mejor es ajustarlas y ajustarnos para sobrellevar la situación. 

Este proceso de ajustar las expectativas estará presente a lo largo de toda la vida, y en todas las áreas. No sólo como padres. También pasa en el trabajo, en las relaciones, hasta en el trabajo misionero. Cada nueva etapa requiere que repensemos nuestras expectativas y hagamos los ajustes según las circunstancias que van surgiendo y así evitar frustraciones innecesarias. En Venezuela, tal vez en otras partes América Latina, algunos años atrás era muy común pensar y decir que había que tener casa propia para poder casarse, sin embargo la realidad es muy diferente ahora y si un joven aún tiene esa expectativa, o no se casa nunca o va a ser muy infeliz por no tener lo que pensaba que debía tener.

No se trata de no tener aspiraciones, sino de ser conscientes de que son sólo eso aspiraciones, deseos y probabilidades (a veces remotas) de que algo ocurra, no son realidades. Podemos seguir soñando pero con “los pies sobre la tierra”.


Algunas cosas son como son, como en el caso de los bebés. Sólo tenemos que aceptar la situación y ajustarnos a sus necesidades. No podemos a pedirle a un bebé de un año que deje de llorar cuando salimos de la habitación dos minutos, por más que le expliquemos él no puede entenderlo en el momento, ya lo entenderá más adelante. En muchos otros casos, no significa que nunca conseguirás eso que quieres y que debes conformarte, sino que aceptes que en este momento las cosas no se dieron, si quieres puedes intentarlo después. Si la expectativa está relacionada con otra persona (que no sea un bebé) asegúrate de verbalizar eso que esperas porque si no con toda seguridad serás decepcionado; la otra persona no es adivina para saber lo que tú esperas a menos que se lo digas.

                Tener expectativas irreales o idealizadas que no se cumplen puede hacer que nos decepcionemos, además de robarnos la energía y el ánimo para disfrutar lo que sí tenemos. Ajusta tus expectativas, y disfruta lo que Dios te da en cada etapa. No dormirá contigo para siempre (aunque eso te digan los consejeros de la familia), en algún momento sus necesidades cambiarán y pedirá su propio espacio. Aprende a disfrutarlo en lugar de sobrevivirlo. Cada etapa trae sus desafíos, sus bendiciones y sus tropezones. Hay que vivirlos, aprender y continuar.

     Como dijera el escritor Denis Waitley: “Espera lo mejor, planea para lo peor y prepárate para sorprenderte”. Esa es la actitud.

miércoles, 19 de agosto de 2020

La culpa: No es buena compañera

        Para algunos la maternidad comienza cuando el bebé nace, pero yo pienso que comienza en el instante que sabes que otra persona está siendo formada dentro de ti, porque desde ese momento muchas cosas comienzan a cambiar (no sólo físicamente), comenzamos a pensar cómo alimentarnos mejor para que el bebé nazca sano, hay algunas medicinas que no podemos tomar y algunas actividades que no podemos hacer o en las que debemos ser más cuidadosas.

Marcela en la panza. Nuestras ilusiones en su máxima expresión 


     Pero, es una realidad que el cambio más radical ocurre una vez que el bebé nace. Todo se hace más intenso. Descubrimos un amor diferente y profundo que no conocíamos. Sin embargo, rápidamente caemos en cuenta que estamos muy lejos de esa idealización cultural de la maternidad (y paternidad): No somos esa madre perfecta, cuya lactancia se le dio bien desde el inicio, que no “necesitó” ayuda, que tiene la casa inmaculada, que se maquilla y se hace manicure y cuyo bebé está siempre perfecto y hermoso. Pronto nos damos cuenta que esta tarea no es tan natural, sencilla e instintiva como pensamos. 

La realidad puede ser mejor que nuestra idealización de la maternidad. Es más sana y menos opresiva. 


    Es cuando, injustamente, comenzamos a compararnos con ese ideal inexistente en la realidad que aparece la culpa, una compañera totalmente perversa que puede arruinar nuestro viaje por la vida, no sólo en la maternidad. Tal vez estás pensando: No, yo no tengo problemas con la culpa. ¿Estás seguro? Observa esta lista con cuidado:

·         ¿Cualquier opinión o crítica te afecta?

·         ¿Magnificas o exageras todo?

·         ¿Ves errores donde los demás ven aprendizaje?

·         ¿Te disculpas constantemente?

·         ¿Sientes la obligación de satisfacer a los demás?

·         ¿Es difícil para ti decir que NO?

·         ¿Tiendes a callarte si algo te molesta?

·         ¿Tienes miedo a hacerle daño a los demás o a su rechazo?

·         ¿Tienes miedo de ser abandonado?

Esas son algunas de las manifestaciones cuando una persona está lidiando con sentimientos de culpa recurrentes. ¿Conoces a alguna mamá o papá que no haya sentido culpa? Tal vez no lo admita públicamente, pero creo que es algo con lo que todos los padres luchamos en este viaje. Sin embargo, tenemos que ser muy cuidadosos con ese sentimiento porque él puede arruinar nuestra caminata convirtiéndose en una pesada carga. 

Cuando la culpa aparece y no sabemos lidiar con ella, se convierte en un problema porque distorsiona la forma como nos vemos, nos evaluamos y nos valoramos s a nosotros mismos. Es muy nociva porque se convierte en un juez interno que está continuamente comparándonos con otras personas o con algunas idealizaciones que nosotros mismos hemos construido respecto a la tarea que llevamos a cabo, y en esas comparaciones siempre salimos perdiendo haciendo que el concepto que tenemos de nosotros mismos se deteriore poco a poco y, además la culpa no viaja sola. Ella está siempre acompañada por la tristeza, la frustración, impotencia y remordimientos. ¡Lindos compañeros de viaje!

Yo recuerdo que cuando Marcela tenía casi seis meses tuvimos que hacer un viaje muy largo hasta la ciudad de Armenia, en Colombia. El viaje fue por tierra y para no hacerlo directo que sería muy largo y cansativo, paramos para descansar en la ciudad de Cúcuta, pues ahí Marcela se enfermó, tenía mucha tos, estornudaba demasiado, hasta le dio fiebre. Después de tres días con la bebé enferma, comenzaron las dudas y los miedos ¿Por qué tuvimos que hacer este viaje? ¿Si estuviésemos en casa la bebé hubiese enfermado igual? ¿Si empeora qué vamos a hacer, si estamos en otro país? Seguimos nuestro camino, de hecho tuvimos que llevar la bebé al médico después que pasó una noche entera llorando (los que tienen hijos saben que el llanto puede llegar a desesperar). Esa noche la culpa asaltó mi mente y me tomó desprevenida: “Si nos hubiésemos quedado en casa, esto no estaría pasando. Es tu culpa que Marcela esté así, no debimos haber venido. Si le pasa algo peor tú serás la culpable”. Esos pensamientos eran muy fuertes y persistentes. Eran un tormento, en realidad. Gracias a Dios, Marcela comenzó a mejorar rápido y esos sentimientos se disiparon.

Seguramente ya lo has vivido, incluso si no eres padre. Cuando las cosas no siguen la ruta planeada, tratamos de encontrar dónde estuvo el error, y generalmente lo encontramos en nosotros mismos, y ahí es donde comienza la batalla.

Obviamente, no estoy hablando de llevar la vida con la filosofía de: “Cómo vaya viniendo vamos viendo”, o con un conformismo absoluto. Está bien plantearnos metas y objetivos y perseguirlos. Pero entonces, cuando algo sale de los planes perfectos que hicimos qué podemos hacer cuando la culpa nos asalte (ella va a venir, eso es seguro), cómo lidiar con esa desagradable visitante que quiere venir a instalarse en nuestra vida como residente permanente.

La culpa cuando es sana y se mantiene bajo control sirve para ayudarnos a darnos cuenta de un error cometido y a reparar el daño causado. El problema comienza cuando esa señora se manifiesta con excesiva frecuencia o intensidad porque pierde su función correctiva y pasa a ser una molestia.

Entonces, es muy importante cuando sentimos culpa, evaluar la situación e intentar aplicar la lógica y el sentido común (que a veces no es tan común). Retomando el ejemplo que coloqué antes, cuando Marcela se enfermó durante el viaje, es bastante obvio que carece de toda lógica cargar con culpa porque Marcela pegó un virus durante el viaje. Es algo que está fuera de mi control, además de que otras veces también se ha engripado estando en casa, entonces así puedo ayudarme a mí misma a ver en que no necesito cargar con una culpa que no me pertenece.

Ahora bien, si la evaluación da como resultado que efectivamente me equivoqué. No estuvo bien eso que hice. Está bien. El asunto está en no quedarse en la culpa y pasar a la responsabilidad. El remordimiento y la frustración por el error cometido no van a solucionar nada, pero yo puedo asumir la responsabilidad por el error que cometí, pedir perdón, resarcir, corregir, aprender y continuar. Por ejemplo, un día estábamos en una reunión especial donde se requería silencio, cosa que es casi imposible si tienes una niña de 18 meses, Marcela parecía que tenía demasiada energía ese día, canataba gritaba, quería correr, etc.  Lo cierto es que intenté por todos los medios calmarla sin conseguirlo, hasta que me sentí sobrepasada por la situación y me llevé a Marcela aparte y le hablé muy rudo. Ella obviamente no entendía lo que pasaba, se pudo a llorar, y yo también. La abracé, le pedí perdón por tratarla de esa forma (ojo: no le pegué, pero la traté duramente) y oré a Dios un momento para encontrar calma. Después que eso aconteció, hablé con Leover al respecto, quien estaba ocupado en el momento del episodio, y el acuerdo fue que cuando Marcela estuviera muy inquieta en alguna reunión, yo no iba a insistir en participar, simplemente la iba a tomar y saldría de ahí antes de volver a reaccionar de esa forma. Entonces, en este caso la culpa me asaltó pronto y de hecho me ayudó a ver que había obrado mal, pero en vez de darle largas y quedarme rumiando esos pensamientos, lo que hice fue evaluar la situación y ver de qué manera puedo evitarla en el futuro.

Entonces, ¿Te sientes culpable por tener que ir a trabajar y dejar tu bebé al cuidado de otra persona? ¿Te siente culpable contigo misma por dejar tu carrera para criar a tus hijos? ¿Te sientes culpable por no poder ofrecer a tus hijos todo lo que quisieras? ¿Explotaste y le gritaste a tu hijo? ¿Te sientes culpable por querer tener un día sin hijos? ¿Qué hacer con esa culpa? Intenta evaluar la situación racionalmente, si sientes que la culpa te está indicando algo para corregir, para mejorar, ¡bienvenida sea! Haces los ajustes a los que haya lugar y listo. Aprende a ver los errores como oportunidades para aprender lecciones muy valiosas.

En este punto, todavía conservaba algunos ideales perfeccionistas que he tenido que ir sacando de mi mente poco a poco

Saca de tu mente esa idealización de la madre perfecta, el padre perfecto, el hijo perfecto, etc., porque tal cosa no existe. Si mantienes expectativas idealizadas de ti mismo o de los demás, cualquier error va a ser enjuiciado y sentenciado. Recuerda: Sé amable contigo mismo, perdona tus errores, aprende de ellos y continúa.

La vida es un viaje ¡La culpa no es buena compañera! Hoy es un buen día para desalojarla de nuestras vidas y dar lugar a cosas mejores. 

lunes, 10 de agosto de 2020

¿Cuando fue la última vez que fuiste amable contigo misma?

     Durante nuestra formación, nosotros somos frecuentemente instruidos sobre la necesidad de ser amables, afectuosos y generosos con los demás y demostrar empatía con sus situaciones y sus problemas.  Desde muy pequeños nuestros padres ponen su empeño en que desarrollemos esas habilidades sociales. Sin embargo, la mayoría de las veces se pasa por alto enseñar esas habilidades para ser aplicadas a nosotros mismos, es decir, ser amables, afectuosos y generosos con nosotros, y tener empatía ante nuestras situaciones y nuestros problemas. Lo que resulta es que somos muy autoexigentes, tendemos al perfeccionismo, y nos juzgamos con una dureza con la que no juzgamos a nadie más.


        Si un amigo nuestro comete un error, nosotros estamos ahí para ayudarlo a levantarse y darle palabras de ánimo. Pero si el error es nuestro, no tarda en aparecer el juicio y la recriminación.

       Si un amigo está en una situación en la que las cosas no salieron como lo esperaba, nuestras palabras son de consuelo y abrigo. Pero, si las cosas no nos salen como lo planeamos, incluso lo más inesperado como la muerte y la enfermedad, tendemos a buscar explicaciones que generalmente arrojan una carga pesada de culpa sobre nuestros hombros.

       La autoexigencia, en su justa medida, es buena como gasolina para avanzar hacia nuestros objetivos. Sin embargo, rara vez aparece en su justa medida y por lo contrario suele convertirse en un filtro a través del cual juzgamos todo lo que hacemos y olvidamos lo más obvio: somos seres humanos, y por lo tanto siempre existirán las fallas y los errores.  No necesitamos aparentar que somos super mamás, que podemos con todo en la vida, que no hay nada que nos desborde. Esa actitud es dañina para nosotras (las mamás, y también para todos los demás), además de ser una mentira muy grande. 

     Estas son algunas recomendaciones para comenzar a ser amable contigo misma:

  1. Repite después de mí: La gente se equivoca, ¡eso me incluye a mí! Ser amable contigo mismo no significa que vas a ser mediocre y conformarte, significa que vas a entender que los errores van a aparecer, tal vez no el mismo error, pero mientras estemos en este cuerpo físico vamos a equivocarnos eventualmente. ¿Qué le dices a un amigo tuyo que ha hecho algo errado? ¿Lo tratas con empatía y amor? ¿Qué tal si la próxima vez que te equivoques te tratas a ti mismo con la misma empatía y el mismo amor? Trata de aprender de tus errores y sigue adelante.
  2.         No  ignores tus emociones y sentimientos. Los tuyos son tan válidos como los de los demás. Cuando estés teniendo un mal día, estés enojada(o), te sientas abrumada(o), no intentes suprimir eso que sientes, háblalo con alguien y pide ayuda si pudieres. Ignorar o suprimir los sentimientos no hará que desaparezcan, más bien puede hacer que las cosas empeoren. Cuando las emociones no se gestionan, eventualmente explotarán por algún lado. Tristemente yo también he pasado por esto. Por alguna razón asumimos que no es bueno asumir que estás cansada, que necesitas un break, pero las veces que he retrasado la petición de ayuda, he sido rebasada en los momentos menos oportunos e incluso un par de veces he tratado rudamente a Marcela como consecuencia. Por eso, es mejor pedir ayuda a tiempo que terminar lastimando a otros a nuestro alrededor.
  3.        Renuncia a la necesidad de ser perfecta(o): Esto puede ser una liberación, y te permite en concentrarte en objetivos claros, sin tener que frustrarnos ante el mínimo error. Cuando persistimos en buscar la perfección, gastamos nuestras energías en buscar lo inalcanzable. No existe la mamá perfecta, ni la misionera perfecta, ni la esposa perfecta. Ya te habrás dado cuenta que tú no serás la primera. Ya yo lo asumí.
  4.       Cuida el lenguaje con que te hablas a ti misma(o). ¿Recuerdas la última conversación que tuviste contigo misma(o)? ¿Fuiste amable? ¿O te hablaste como si fueras tu peor enemigo? Estamos tan acostumbrados a ser críticos con nosotros mismos que no pensamos las palabras que nos decimos frente al espejo. Evita las etiquetas y las críticas peyorativas. La próxima vez puedes intentar: “Desearía que esto no hubiera sucedido, pero sucedió. Intentaré aprender las lecciones que pueda y continuaré. La próxima vez lo haré mejor”.
  5.     .  Evita las comparaciones. Además de odiosas, son injustas. Cada persona se enfrenta a circunstancias tan particulares como ella misma, y las enfrenta con las herramientas que tiene a disposición. Por eso, no sirve de nada comparar. Como mamás es muy fácil pensar: El hijo de fulana ya habla y mi hijo apenas dice pá, el hijo de mengano caminó a los 8 meses y mi bebé aún no camina, y así hasta el infinito y más allá. Como misioneros, es igual: ¡Fulano aprendió el idioma en tres meses y yo llevo seis meses y apenas puedo decir algunas cosas! Esas comparaciones nos ponen una presión innecesaria, minan nuestra confianza, no aportan nada positivo y afianzan el pensamiento de que nuestro valor personal está en lo que hacemos y no en lo que somos, lo cual no es cierto.
  6.       Celebra tus victorias. Tendemos a enfatizar los errores, las fallas, etc., pero pasamos por alto lo que sale bien, lo que ganamos. La próxima vez que alcances algún objetivo planteado, ¡celébralo! 
  7.        Hazte un regalo sin sentir culpa: Ve a la peluquería, hazte un pedicure, sal a caminar (¡sola!) y cómete un helado en el camino, consigue una niñera y visita una amiga sólo para conversar, pide ayuda para cuidar al bebé y tener tiempo para orar con tranquilidad, etc., pero sin sentir culpa, no tienes por qué. La culpa no es bienvenida.  

  Como persona, y en todos los roles que hemos de asumir, tendremos buenas épocas y malas épocas. Una mala época no quiere decir que la vida acabó, o dejó de tener sentido. Significa que es un tiempo difícil, que seguramente te ofrecerá grandes lecciones. Mientras pasa la mala racha, enfócate en las pequeñas cosas positivas que pasan a tu alrededor, y sé agradecido por ellas.

¡Celebra las bendiciones! Sonríe
Celebra las bendiciones, y ¡sonríe!

La vida a veces es suficientemente dura como para que nosotros nos tornemos en nuestros enemigos particulares.

No creas ni remotamente que escribo como quien tiene estos asuntos totalmente resueltos. Sigo aprendiendo, hay días en que lo consigo y días en que no. Pero he percibido que cuando soy más amable conmigo misma, soy más paciente y amable con Marcela y con los demás. 

¡No seas nunca más el último ítem de la lista de pendientes! 


martes, 4 de agosto de 2020

Lactancia Prolongada

    Durante estos días de agosto se celebra la Semana Mundial de la Lactancia Materna para promover la importancia de ofrecer la leche materna a todos los bebés, y yo quiero aprovechar de celebrar que me siento muy feliz y bendecida de poder compartir con Marcela hasta hoy, a sus 20 meses, de la leche que Dios me dio para darle a ella. 


Así fueron los primeros días. Mucho tiempo con un extractor para poder alimentar a Marcela. 
Esta fue la primera vez que conseguí amamantar.


     Los comienzos no fueron fáciles. Algo que yo creía que era instintivo resulta que no lo era tanto y necesité ayuda de un especialista en lactancia materna después de cuatro días de desespero y llanto (las dos llorábamos, por cierto). Pero después, las cosas se fueron estableciendo; yo aprendí a ofrecer el pecho y ella se volvió una experta en la succión. En poco tiempo se podían ver los efectos de ese elixir mágico: ella estaba más gordira y más radiante. Cuando todo comenzó, yo pensé que daría de mamar hasta el año, pero he ido posponiendo el asunto mes tras mes cada vez con una excusa diferente. La verdad es que ambas nos sentimos bien por el momento, (¡aunque hay noches!, pero esa es otra historia) 

Ahora bien, desde que Marcela se acercó al año de edad, comienzaron las preguntas: ¿Cuándo le vas a quitar el pecho? o los comentarios "Ella ya está muy grande para mamar", etc. Por eso hoy quiero compartir los beneficios de la lactancia más allá del año de edad, para que con información certera podamos aclarar algunas cosas:

Beneficio nutricional

  • Después, nos hicimos expertas!
    Incluso después del primer año de vida, la leche materna continúa proporcionando cantidades sustanciales de nutrientes clave, especialmente proteínas, grasas, y la mayor parte de las vitaminas.
  • En el segundo año de vida (12 a 23 meses), 448 ml de leche materna proporcionan:
29% de requerimientos de energía
43% de requerimientos de proteína
36% de requerimientos de calcio
75% de requerimientos de vitamina A
76% de requerimientos de ácido fólico
94% de requerimientos de vitamina B12
60% de requerimientos de vitamina C

Beneficio inmunológico
  • Anticuerpos son abundantes en la leche humana durante toda la lactancia” (Nutrition During Lactation 1991; p. 134). De hecho, algunos de los factores inmunológicos en la leche materna aumentan en concentración durante el segundo año y también durante el proceso de destete.
A libre demanda, significa donde sea!
Beneficio en el desarrollo de la inteligencia
  • Extensas investigaciones sobre la relación entre la lactancia materna y los logros cognoscitivos (nivel de coeficiente intelectual, calificaciones escolares), han mostrado las mayores ganancias en los niños que durante más tiempo fueron amamantados.
Beneficios en la adaptación social
  • El amamantar durante y después de la infancia ayuda a los bebés y a los niños pequeños a hacer una transición gradual hacia la niñez plena. La lactancia materna es una manera cálida y amorosa de cubrir las necesidades de los niños pequeños. Les ayuda a calmar las frustraciones, golpes y heridas, y el estrés diario de la niñez temprana.



Así llegamos a los 6 meses de LME!
     En fin, son muchos los beneficios para un bebé que es amamantado. Si eres una mamá que amamanta a su hijo despúes del año de edad seguramente habrás oído muchas cosas. Que no te llenen la cabeza con el cuento de que la leche se vuelve agua después del año, que es pura maña y te agarró de chupón. Disfruta del acto de amamantar mientras puedas (y quieras, es una decisión de cada madre) porque sin duda llegará el momento de destetar. Todo en la vida son etapas y todas terminan. 

domingo, 2 de agosto de 2020

Pastoreando el corazón de tu hijo (Reseña - Spoiler Alert!!!)



Hace muchos meses dejé pendiente el asunto de la disciplina en los hijos. Me dejé atrapar por muchas ocupaciones, pero al final leí el libro e hice una reseña del mismo, la cual compartiré a continuación.


El tema del libro (de Tedd Tripp) es la crianza de los hijos desde un punto de vista bíblico. La cultura de hoy ha reducido la paternidad a simplemente proveer cuidado: comida, ropa, una cama y algo de tiempo de calidad. En contraste con este punto de vista tan débil, el llamado de Dios para los padres es más profundo: A pastorear a los hijos de parte de Dios. Es una tarea penetrante. Ser un padre significa trabajar de parte de Dios para proveer dirección a los hijos. 


No es común que los padres se consideren pastores de sus hijos, sin embargo esa relación de pastoreo describe muy bien la tarea de guiarles en sus descubrimientos acerca de sí mismo, de Dios y de la vida. 


Como el pastor de sus hijos, los padres deben ayudar a sus hijos a entenderse a sí mismos como criaturas hecha por Dios. No es posible mostrarles estas cosas solamente a través de instrucciones; deben guiarlos por un camino de descubrimientos. Deben pastorear sus pensamientos, ayudarlo a aprender el discernimiento y la sabiduría. 


El libro está organizado en dos partes. La primera de ellas está enfocada en los principios bíblicos que fundamentan la crianza de los hijos. La segunda parte es dedicada a la aplicación práctica de estos principios según las diferentes etapas de desarrollo de los hijos. Con respecto a la primera parte, los principios para el pastoreo de los hijos son: 


1. El centro de la vida es el corazón: 


La biblia enseña que el corazón es el centro de control de la vida. El comportamiento de una persona es la expresión del fluir del corazón. Como padres frecuentemente nos desviamos a tratar solo el comportamiento, ya que el comportamiento suele ser molesto. Pero las necesidades de los hijos son mucho más profundas que el comportamiento inadecuado. Su comportamiento revela su corazón. Si de verdad quiere ayudarlo, preocúpese por las actitudes del corazón que originaron su comportamiento. Un cambio de comportamiento sin un cambio en el corazón no es recomendable. Al contrario, ¡es condenable! Esa fue la clase de hipocresía que Jesús condenó en los fariseos. El comportamiento es impulsado por el corazón, por tanto toda disciplina, corrección o entrenamiento - toda la crianza de los hijos - debe dirigirse al corazón.


2. El desarrollo de un niño viene dado por las influencias que lo rodean y por la forma en que reacciona a esa influencia. La Biblia instruye sobre las influencias que moldean la vida de los niños y el efecto que pueden tener en sus vidas: La estructura familiar, los valores familiares, los roles en la familia, la forma en que se resuelven los conflictos en la familia, la respuesta ante el fracaso, etc. Ahora bien, un niño es más que la suma de las influencias que recibe. Él no es un ente pasivo, él reacciona ante esas influencias. Pensar que el niño es receptor pasivo frente a ellas es un error. Incluso, pensar que rodearlo de circunstancias positivas es determinante para que sea una persona de bien es también un error, porque ignora que él también tiene que reaccionar a esas circunstancias. Los niños no son inertes, ellos interactúan con la vida. Su corazón dirige esa interacción. Entonces, los padres además de proveer las mejores influencias para sus hijos debe pastorearlos en orientación hacia Dios. 


3. Los padres fueron delegados por Dios para ejercer autoridad en su familia. La autoridad de los padres en el hogar es una responsabilidad delegada por Dios. Son sus agentes en esa familia en la tarea de promover entrenamiento esencial e instrucción en el Señor. Entonces los padres, también son personas bajo autoridad, es decir, padres e hijos, están bajo la autoridad de Dios; tienen roles diferentes, pero tienen al mismo Dueño. 

        Cuando un padre dirige, corrige o disciplina, no está actuando por su propia voluntad, sino que está actuando de parte de Dios. Los padres deben querer estar al mando. Deben hacerlo de una manera benevolente y con gracia, pero deben ser una autoridad con sus hijos. Los directores están a cargo (al mando). Esto involucra conocerlos y ayudarles a entender los estándares de Dios para la conducta de los hijos. Significa enseñarles que son pecadores por naturaleza. Incluye mostrarles la misericordia y gracia de Dios demostrada en la vida de Cristo y su muerte por los pecadores. La corrección no es mostrar tu enojo por sus ofensas, más bien es recordarles que su comportamiento pecaminoso ofende a Dios. Si la corrección gira alrededor del padre que ha sido ofendido, entonces el enfoque estará en descargar la ira, o quizá, tomar venganza. La función es penal. Sin embargo, si la corrección gira alrededor de Dios como el que ha sido ofendido, entonces el enfoque es la restauración. La función es reparadora. Está diseñada para mover a un niño que ha sido desobediente a Dios de nuevo al camino de la obediencia. Esta es correctiva. 


4. Debido a que el fin principal del hombre es glorificar a Dios y gozar de El para siempre, es responsabilidad de los padres crear tal cosmovisión en tus hijos. Todos los seres humanos nacen con una orientación a lo divino. Nadie es neutral, incluso en la niñez. Aunque no tengan conciencia, ellos son adoradores, de Dios o de los ídolos sutiles de su corazón. Por eso, la gran tarea de los padres es pastorearlo como una criatura que adora, dirigiéndolo al único que debe ser adorado. 


5. Los objetivos bíblicos se alcanzarán a través de métodos establecidos en la Biblia. El objetivo es que los hijos glorifiquen a Dios con sus vidas, y eso no se puede lograr a través de métodos no bíblicos que diluyen la autoridad de los padres, o apelan al soborno y la negociación para conseguirlo. Dios ha dado dos métodos para la crianza de niños. Son (1) la comunicación y (2) la vara. Estos métodos deben entretejerse en la práctica. Los padres deben conocer a sus hijos, deben tener una comunicación franca, significativa y abundante con ellos. Pero también necesitan ejercer la autoridad que Dios les dio. La vara funciona para subrayar la importancia de las cosas de las que hablas con ellos. En este punto el autor destaca como de suma importancia que la vara no es instrumento para que los padres descarguen su ira, su rabia e impotencia con sus hijos. No es un medio de pago por los errores. Es medio para la corrección. 

     En la segunda parte del libro, el autor se dedica a aplicar estos principios según cada etapa del desarrollo de los niños, desde la infancia hasta la adolescencia. 


1. La primera etapa es la infancia temprana (hasta los cinco años). Esta etapa se caracteriza por el cambio en todos los aspectos (físico, emocional, intelectual, etc.) durante la cual el objetivo principal en la crianza es que ellos aprendan que son individuos bajo autoridad (delegada por Dios a sus padres). En esta etapa los niños deben aprender que ellos fueron hechos por Dios, Él tiene el derecho de gobernarlos y ellos le deben obediencia. La disciplina en este tiempo está enfocada en contrarrestar la rebeldía innata del corazón de los niños. 


2. La segunda etapa es la niñez (de los 5 hasta los 12 años). Esta etapa se caracteriza por el momento en que los niños comienzan a pasar más tiempo separados de sus padres (por causa de la escuela). Para este momento, el objetivo de la primera etapa debería estar ya alcanzado, para construir sobre ese fundamento. El asunto principal de este período es el desarrollo del carácter. El padre necesita enfocarse en cómo se relaciona su hijo con Dios, consigo mismo y con los demás, encontrar los puntos débiles y trabajar para fortalecerlos. En esta etapa es vital, que los hijos cambien su corazón. El cambio en el corazón comienza con la convicción del pecado. La convicción del pecado viene a través de la conciencia. Los hijos necesitan convencerse que han fallado a Dios y que han quebrantado el pacto. 


3. La tercera etapa es la adolescencia (desde el comienzo de la pubertad hasta el inicio de la etapa universitaria). Los años de adolescencia son años de inseguridad monumental. El adolescente no es ni un niño ni un adulto. No está seguro acerca de cómo actuar. Los adolescentes se sienten vulnerables acerca de todo. Se preocupan por su apariencia. La rebeldía es un asunto común en estos años, sobretodo sino se ha trabajado consistentemente en la obediencia y en el carácter durante las etapas anteriores. A esta edad, poco puede hacer el padre para “por la fuerza” conseguir que sus hijos hagan las cosas. Se consigue más a través de la influencia, pero la influencia se construye poco a poco desde la primera infancia cuando los padres son personas de confianza, cuando la conversación es una práctica común y sana, y cuando los padres son ejemplo de una vida sometida a Dios. 


Conclusión 

    La tarea de ser padres siempre ha sido difícil porque son múltiples factores lo que intervienen, pero en esta época en que vivimos especialmente hay muchas voces fuera de la Biblia tratando de enseñar a los padres cuál es la manera correcta de criar a sus hijos. 

    Por eso, este libro es muy apropiado y necesario para las familias que quieren crecer con base en los principios bíblicos acerca de la crianza de los hijos. El libro es una buena lectura para padres, para hacer juntos – padre y madre -, discutir las preguntas que trae cada capítulo y ponerse de acuerdo en las acciones que tomarán en base a lo aprendido. 

     Llegará el momento en que como padres deben confiar tus hijos a Dios. Cómo terminan dependerá de muchos factores, algunos fuera del control de los padres. Dependerá en la naturaleza del compromiso que los hijos tengan hacia Dios.